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Una mujer atormentada por el recuerdo del primer amor puede callar toda su vida pero eso no significa que su corazón haya olvidado. Un pasado lleno de pasión hace que Brenda vuelva a los brazos de Maurizio, haciendo que su hija Annie le siga en esa extraña coincidencia que tiene lugar a orillas del río Rincón, al enamorarse de Patrick, su medio hermano. Sin darse cuenta ambas pierden la razón en un presente distinto y luchan contra sus propios deseos.
El avión se deslizaba como pájaro de mar en cacería, tras un cielo totalmente despejado, azul resplandeciente a la luz del medio día. Todo el aeropuerto estaba lleno de movimiento; gente que llegaba, gente que despedía a sus familiares o amigos, aeromozas, maleteros con maletas de aquí para allá.
Con igual soltura y gracia se desplazaba Maurizio Bello-ni, sus canas nada le restaban a su energía, más bien parecían a destiempo. Se detuvo frente al oficial de migración y le saludó con buen ánimo, como lo hace un buen vendedor, no importaban las doce horas de viaje ni la falta de sueño. Se veía muy distinguido, arrastrando una maleta de mano, algunos papeles en la otra mano, salió hasta el hangar frente al estacionamiento buscando con la mirada a Juan su chofer, ese que había contratado por teléfono su secretaria tal como le había pedido, le confirmó: "Se llama Juan García! "¿Juan García? Que coincidencias tienes la vida... pero me agrada el nombre confírmale mi llegada, que lleve alguna identificación" le había comentado Don Maurizio a Natalie cuando ella le dijo las referencias del chofer. En el mismo hangar y por razones diferentes se encontraba Franco Díaz-Bonetti quien estaba conversando con unos colegas que se despedían. Franco vio a Maurizio y lo reconoció.
- ¿Maurizio? ¡Maurizio! Hombre eres tu... – con rostro de asombro algo fingido Franco se le acerca.
- Franco.... caramba que sorpresa, no esperaba encontrarme con nadie conocido aquí en el aeropuerto. – Maurizio se le acercó con la intención de darle un abrazo, como lo hacen dos viejos amigos que se reencuentran después de muchos años. Sin embargo, Franco solo le extendió la mano. El siempre formal, frío y distante Franco, aún más con personas como Maurizio, a quien consideraba inferior por ser de otra condición social (ya no era así porque ahora era un importante político y distinguido funcionario de alto nivel) Por otro lado, seguía siendo popular entre las damas y algunos caballeros amantes de los caballos. Pero, sobre todo, Maurizio era su rival del pasado y siempre sería un peligro para su matrimonio, a pesar del paso de los años.
- Estoy seguro de que mucha gente se alegrará de verte, siempre me preguntan por ti. Vamos te llevo y hablamos en el camino. Me imagino que te vas a hospedar en algún hotel – dijo Franco rápidamente para liberar un poco de tensión, disimulando su desagrado.
- La verdad es que volví para quedarme y en realidad compré un apartamento en Bella Vista, es una buena adquisición, hasta tiene vista al Mirador... - ve a "Juan su chofer, con letrerito en mano" que se acerca a ellos. - Además tengo chofer, mira ahí viene – Franco, los mira con un poco de desdén, trata de disimular sin éxito. Maurizio lo nota. - Pero tienes razón tenemos que hablar, te acepto un trago, quiero ponerme al tanto de las cosas. Recuerdo perfectamente que el próximo sábado es tu aniversario de bodas, ¿verdad? - El rostro de Franco cambió de expresión por unos segundos, nuevamente. Una sonrisa retorcida apareció en sus labios antes de hablar.
- Es increíble que lo recuerdes. Es una buena oportunidad para que veas a Brenda y a nuestra preciosa hija Annie. Fue una pena que tuvieras que irte del país sin conocerla, ya es toda una señorita. Seguro le gustará conocerte.
- ¿Eso crees? Bueno, cuéntame ¿Cómo están ellas? No, mejor no me digas...ya las quiero ver para preguntarles yo mismo. Vamos a tomarnos ese trago. - Maurizio le sigue el juego a sabiendas de los viejos rencores, pero esta vez estaba dispuesto a enfrentar todo lo que fuera necesario para volver a estar cerca de Brenda. Aunque hayan pasado casi veinte años sin verla la recordaba perfectamente. Su historia nació en las aguas del rio Rincón. Brenda acababa de cumplir sus quince años y Maurizio con diecisiete añitos, en plena pubertad, llegaba al pueblo con su padre Paolo Belloni, el nuevo capataz de las tierras de los Díaz-Bonetti.
Las siembras de cacao y coco de los Díaz-Bonetti era la más grande del país en esos años y casi todos los del pueblo trabajaban para ellos. Paolo y su familia venían de tener una delicada situación económica en su país de origen y comenzaban aquí desde cero gracias a sus conocimientos de cultivos; procesos de sembrado y recolección de frutos injertos. Maurizio era un chico rebelde y siempre estaba metido en líos. Una tarde corriendo de las amenazas de uno de los parceleros por estar coqueteándole a una de sus hijas, Maurizio se metió a esconderse en la casa de los padres de Brenda. Fue un flechazo a primera vista y una relación condena a fracasar desde el principio ya que Brenda estaba en la mira de Franco el hijo mayor de los Díaz-Bonetti. Todas las tardes Maurizio y Brenda se iban a pasear al rio. Allí dieron rienda suelta a su amor a escondidas de todos durante tres años.
Salieron del aeropuerto en sus respectivos autos después de ponerse de acuerdo en el lugar a visitar para tomarse ese trago y tener aquella tan esperada conversación. Don Maurizio le da las instrucciones de lugar a Juan su chofer. A diferencia de Franco quien sube a su maravilloso vehículo Range Rover último modelo. Siempre había preferido guiar sus autos, a pesar de su fuerte miopía. Autos enormes, sumamente confortables y de mucho valor tanto para la familia, sentimentalmente, como económicamente. El gusto algo extravagante de Franco se distinguía prácticamente en todas sus posesiones, aunque era considerado un hombre sencillo en el trato con los demás solo en apariencia.
Cuando Brenda bajaba las escaleras de la habitación de su amado, la sobrecogió una vez más aquel miedo insensato. Un torbellino negro se movía de repente ante sus ojos, las rodillas se le enfriaban en una rigidez terrible, y le fue preciso agarrarse de la barandilla para no caer hacía adelante. No era la primera vez que se arriesgaba a la peligrosa visita y no le era extraño aquel súbito acceso; siempre al regresar a su casa, sucumbía sin resistencia. Era más fácil sin duda del camino de ida; mandaba parar un taxi en la esquina, andaba presurosa los pocos pasos hasta el umbral de la casa y subía al vuelo las escaleras, desvaneciéndose el temor- en el cual ardía también la impaciencia- bajo la tempestad de los primeros abrazos; pero después, al regreso se llenaba de escalofríos, aquel terror misterioso revueltamente amasado con la idea de la culpa y la loca aprensión de que las miradas de los transeúntes desconocidos podían leer en ella de donde venía y contestar a su confusión con una sonrisa descarada. Los últimos minutos de la entrevista con su amado estaban ya envenenados por una creciente inquietud del pensamiento; al disponerse a salir, temblaban sus manos con una prisa nerviosa; oía distraídamente las palabras y evitaba, presurosa las últimas demostraciones de pasión; salir, salir pronto, es lo que todo en ella anhelaba; salir de la habitación, de la casa, de la aventura, para guardarse en la paz de su mundo familiar. Y luego, todavía aquellas palabras tranquilizadoras, que ni siquiera oía en el medio de su agitación y aquellos minutos de asechar tras de la puerta si subía o bajaba alguien. Pero no bien ponía los pies en la escalera, la esperaba el miedo, impaciento por hacer presa de ella, adueñándose de tal modo del latir de su corazón, que bajaba los últimos peldaños como inconsciente.
Permaneció un minuto con los ojos cerrados y respiran-do afanosamente el frescor crepuscular de la escalera. En uno de los pisos altos se oyó el ruido de una llave en la cerradura. Sobresaltada, hizo un esfuerzo, mientras acercaba sus manos temblorosas al florido pañuelo que usaba como disfraz sobre la cabeza, y bajó con más prisa los últimos escalones. Todavía la amenazaba aquel último paso, el más terrible, el trasponer de un umbral extraño a la calle. Bajó la cabeza como un saltador al embestir y salió presurosa de la puerta medio abierta. Dio un fuerte tropezón a una señora que iba a entrar.
- Usted disculpe - dijo turbada, y se dispuso a continuar. Pero aquella persona le privó el paso plantándose anchamente frente a la puerta, mirándola iracunda.
- ¡El día que caiga usted en mis manos...! – gritaba desesperadamente en tono áspero. - ¡Vaya con las señoras decentes! No le basta con un hombre y su dinero y tiene que quitarle el cariño a una pobre muchacha...
- ¡Por Dios!... ¿De qué habla usted?... Se equivoca... – tartamudeó Brenda, e intentó torpemente escabullirse; pero la otra tapó la puerta con todo su ancho cuerpo y la regañó con viveza.
- No, no me equivoco... sale de ver a mi amigo, a Maurizio. Ahora ya le ha cogido, y sé porque él me dedica tan poco rato estos últimos tiempos. Por culpa de usted... ¡Es usted una cualquiera!
- Pero ¡Por Dios! – Interrumpió Brenda con voz apagada – No grite usted así – y retrocedió hasta el vestíbulo. La otra la miraba con altivez. Aquel bambolear miedoso, aquel evidente desamparo, la vigorizaban. Con una sonrisa presuntuosa y satis-fecha pasaba revista a su víctima. Su voz hinchada de una complacencia plebeya se ensanchaba, adquiría vuelo:
- ¡Vaya con las señoras casadas, las distinguidas! Cuando le van a robar a una un hombre llevan velo para luego poder seguir presumiendo de señoras decentes...
- ¿Qué... qué quiere usted de mí? No la conozco y llevo prisa...
- Prisa... Naturalmente, para correr al lado del marido..., y presumir de señora decente. Lo que nosotras trabajamos, aunque reventemos de hambre, no le importa nada a una dama distinguida. Le quitan a una hasta lo último que le queda estas señoras decentes.
En el camino cayó en cuenta de cuanto la había impresionado el encuentro. Se palpaba las manos que colgaban rígidas y frías como una cosa muerta, y empezó a tiritar violentamente. Algo amargo le agarrotaba la garganta; sentía nauseas, y al mismo tiempo una furia insensata y sorda agitaba su pecho como en un espasmo. Tenía ganas de gritar y de dar puñetazos para liberarse del horror de aquella impresión que tenía clavada en la frente como un anzuelo: Aquella cara demacrada, con su risa provocativa; aquel vaho a salvajismo que salía del mal-vado aliento de la artesana; aquella boca crispada y colmada de odio, que le había escupido al rostro las palabras más soeces; el enrojecido puño con que la amenazó; cada vez más arriba la náusea le oprimía la garganta, y como la molestaba la celeridad del coche, estuvo a punto de avisar al chofer que moderase la marcha; pero se decidió que al mal paso darle prisa y aguantar su malestar. Por fin al acercarse a su casa se precipitó a salir tirando un par de billetes en las manos de aquel chofer. Entró a su mansión y subió las escaleras con una prisa, nerviosa. Se quitó los zapatos, se volteó a ver en el espejo y una luz muy brillante la hizo despertar del sopor y concentrarse en la realidad.
Siempre era misma pesadilla. Aquella vida perfecta junto al marido perfecto era solo una pantalla y su realidad. El mal sueño que se repetía como una película de otra vida, otro tiempo otras personas, pero se sentía tan real como si en su memoria estuvieran grabados esos recuerdos para que nunca los pudiera olvidar. No era justo, se repetía a sí misma cada mañana al despertar de la misma alucinación. Ella nunca se convertiría en esa mujer que traiciona a su marido. Nunca sería una cualquiera que presume de mujer decente, aunque ni siquiera esté enamorada de su esposo y su matrimonio haya sido un arreglo entre sus padres, ella nunca viviría una aventura porque su único y verdadero amor estaba muy, muy lejos y después de veinte años había perdido cualquier esperanza de ser realmente feliz.
Todo el mundo pensaba que Lorenzo quería de verdad a Gracie, hasta el día de la operación de corazón de su hija. Para sorpresa de Gracie, Lorenzo donó el preciado órgano que necesitaba su hija a otra mujer. Desolada, Gracie optó por el divorcio. Impulsada por su necesidad de venganza, Gracie se unió al tío de Lorenzo, Waylon, y orquestó la caída de Lorenzo. Al final, este se quedó sin nada. Consumido por el remordimiento, él suplicó por una reconciliación. Gracie pensó que era libre de seguir adelante con su vida, pero Waylon la retuvo con un abrazo. "¿Pensaste que podías abandonarme?".
Jennifer Bennett, la legítima heredera de los Bennett, luchó denodadamente por el reconocimiento de su familia, solo para verse eclipsada por una impostora. Enfrentada a falsas acusaciones, acoso y humillación pública, Jennifer acabó renunciando a ganarse su aprobación. Con la promesa de superar la injusticia, ella se convirtió en la pesadilla de quienes la agraviaban. Los esfuerzos de la familia Bennett por doblegarla no hicieron sino alimentar su éxito, llevándola a la altura con la que sus rivales solo podían soñar. Alguien le preguntó: "¿Te sientes defraudada por tus padres?". Con una sonrisa tranquila, Jennifer respondió: "No importa. Al final, el poder prevalece".
Kaelyn dedicó tres años a cuidar de su esposo tras un terrible accidente. Pero una vez recuperado del todo, él la dejó de lado y trajo a su primer amor del extranjero. Devastada, Kaelyn decidió divorciarse mientras la gente se burlaba de ella por haber sido desechada. Después se reinventó, convirtiéndose en una cotizada doctora, una campeona de carreras de auto y una diseñadora arquitectónica de fama internacional. Incluso entonces, los traidores se burlaban con desdén, creyendo que ningún hombre iba a aceptar a Kaelyn. Pero entonces el tío de su exesposo, un poderoso caudillo militar, regresó con su ejército para pedir la mano de Kaelyn en matrimonio.
Traicionada por su pareja y su hermanastra en la víspera de su boda, Makenna fue entregada a los despiadados príncipes licántropos como amante, pero su propio padre ignoró su difícil situación. Decidida, ella intentó escapar y buscar venganza, pero, sin darse cuenta, captó el interés de los tres príncipes licántropos, que la deseaban en exclusiva entre muchas admiradoras. Esto complicó sus planes, atrapándola y convirtiéndola en rival de la futura reina licántropa. Enredada en deseo y celos, ¿podría Makenna lograr su venganza en el intrincado baile con los tres príncipes?
Madison siempre había creído que se casaría con Colten. Pasó su juventud admirándolo, soñando con su futura vida juntos. Pero Colten siempre le fue indiferente, y cuando la abandonó en el momento en que más lo necesitaba, por fin se dio cuenta de que él nunca la había amado. Con la determinación de empezar de nueno y sed de venganza, Madison se marchó. Tenía por delante un sinfín de posibilidades, pero Colten ya no formaba parte de su vida. El hombre, por su parte, corrió a buscarla presa del pánico al darse cuenta de ello. "Madison, por favor, vuelve conmigo. Te lo daré todo". Sin embargo, fue su poderoso tío quien abrió la puerta y le dijo: "Ella es mi mujer ahora".
Como simple asistenta, enviar un mensaje al CEO en plena noche para solicitar películas pornográficas fue un movimiento audaz. Como era de esperar, Bethany no recibió ninguna película. Sin embargo, el CEO le respondió que, aunque no tenía películas para compartir, podía ofrecerle una demostración en directo. Tras una noche llena de pasión, Bethany estaba segura de que perdería su trabajo. Pero en lugar de eso, su jefe le propuso: "Cásate conmigo. Por favor, considéralo". "Sr. Bates, está bromeando, ¿verdad?".