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Durante diez años, mi vida en la suntuosa hacienda de Mateo fue una existencia opulenta, pero vacía, marcada por la indiferencia y el desprecio disimulado. En la fiesta de dieciocho años de su hermana Sofía, la niña que crié, la nueva amante de Mateo, Valentina, me ofreció un "té de hierbas" con una sonrisa fría y calculada. Minutos después, un dolor desgarrador me consumió desde el vientre; la sangre que corrió por mis piernas confirmó mi peor temor: me habían envenenado para provocar un aborto y así, en mi agonía, me forzaron a firmar los papeles del divorcio. En el gélido suelo de mármol, Sofía, la misma a quien acuné, me escupió que una "mujer de pueblo" como yo nunca mereció su apellido ni darle un heredero a Mateo, y la traición superó cualquier dolor físico. Pero mientras firmaba, mi mano no tembló; con el morral de mi abuela y la promesa de una deuda pagada, me levanté decidida a reconstruir mi vida en la tierra que me vio nacer, transformando mi dolor en la fuerza para un nuevo y auténtico comienzo. Mi partida fue el primer hilo de una trama de resistencia, empoderamiento y revelaciones que sacudirían los cimientos de quienes creyeron haberme quebrado.