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Mi regreso a Sevilla, un lugar lleno de recuerdos, fue solo para buscar nuevos talentos de flamenco. Nunca imaginé que mi noche, en un abarrotado tablao, terminaría con mi ex-prometido, el torero Javier Montero, arrodillándose ante mí y pidiéndome matrimonio. Su familia me presionaba con miradas condescendientes, esperando que llorara de agradecimiento y volviera a "casa", mientras él hablaba de "perdonarme" el abandono. ¿Perdonarme a mí? ¿Por huir después de que él y su amante Isabela robaran mi coreografía, destruyeran mi carrera y me dejaran sola con un tobillo roto, mirando cómo mi futuro se desmoronaba? Con una frialdad que no sabía que poseía, levanté mi mano izquierda para mostrarle el simple anillo de platino que ya llevaba y declaré: "Llegas tres años tarde, Javier. Y ya estoy casada." Justo entonces, mi esposo, la estrella del Real Madrid, Mateo "El Martillo", apareció con nuestro hijo Leo en brazos, marcando el inicio de su ruina y mi verdadera vindicación.