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Mi boda soñada, un evento social fastuoso en Sevilla con Alejandro, el acaudalado bodeguero de Jerez, estaba a solo dos semanas. Pero la felicidad perfecta se desmoronó cuando mi mirada se posó en la pantalla del móvil de mi prometido, revelando un secreto devastador: Lucía Morales, una estudiante con ínfulas de influencer, sonreía abrazada a él, confirmando dos años de una aventura oculta. Las fotos, los mensajes, el omnipresente olor a azahar -el perfume de ella-, y su indiferencia apenas disimulada convertían mi vida en una farsa. La humillación se profundizó con la pulsera que me prometió, la ecografía de un supuesto embarazo de Lucía y sus lágrimas falsas que Alejandro creía ciegamente; la familia Domínguez, que siempre me vio con desdén, me desechó sin piedad, volviéndose cómplice de la traición y dejando a Lucía entrar en nuestra casa con su maleta. ¿Cómo había podido ser tan ciega a esta traición tan descarada, tan cruel? ¿Cómo se atrevían a pisotear mi dignidad, profanando incluso un osito de peluche de mi infancia? El dolor en mi corazón era una herida abierta, el abandono de Alejandro, su total ceguera a mi sufrimiento, me asfixiaba. Entonces, una fría determinación se asentó en mi ser: no moriría por su engaño, sino que orquestaría mi propia "muerte" para renacer, con un arriesgado plan de "caída accidental" desde el yate el día de la boda, un cuerpo señuelo para engañar a todos, y una nueva identidad, Elena Vargas, para finalmente ser libre.