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Mateo Solano, el prodigio del acordeón, estaba en la cúspide de su carrera, a días de coronarse en el Festival de la Leyenda Vallenata, su sueño más preciado. Lo sentía en la punta de sus dedos, en cada cosquilleo, el triunfo era suyo. Pero una noche, al salir del ensayo final, el destino brutalmente lo interceptó: dos sombras lo rodearon, y el silbido de los bates destrozó no solo sus manos y su espalda, sino todo su brillante futuro, condenándolo a la parálisis. Su despertar en el hospital fue un abismo de horror, pero la verdadera devastación llegó con el descubrimiento: su querida hermana Catalina y su prometida Valentina, pilares de su vida, habían orquestado el cruel ataque para favorecer a su primo Santiago. No solo quedó lisiado; fue víctima de una campaña de desprestigio, difamado públicamente como deudor y mujeriego. La burla se convirtió en veneno cuando, a pesar de su condición, intentaron deshacerse de él nuevamente durante un terremoto, incluso abandonándolo bajo escombros. Luego, lo dejaron en una chalupa que hicieron explotar, asegurándose de que "no quedara nada de él". ¿Cómo era posible que aquellos a quienes consideraba su sol y su luna, quienes lo habían criado y jurado amor eterno, lo hubieran manipulado y destruido con tal frialdad? El dolor físico no era nada comparado con la abrumadora puñalada de saberse traicionado por los suyos, reducido a un estorbo. Justo cuando la oscuridad prometía ser eterna, una voz misteriosa le ofreció un renacer, una segunda oportunidad para levantarse de las cenizas. Mateo Solano había muerto ese día en el río Magdalena. Pero ahora, bajo una nueva identidad, regresaría no solo para tocar de nuevo, sino para ejecutar la más dulce y fría de las venganzas contra quienes le arrebataron todo.