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Mason Hunter siempre ha sido su debilidad. Y su ruina. Katherine Johnson lo aprendió por las malas cuando su relación terminó en caos. Años después, el destino la pone bajo su mando, en medio de misiones letales y una red de conspiraciones que podría destruirlos. Pero hay algo aún más peligroso que los enemigos que los rodean: la atracción inquebrantable que amenaza con consumirlos una vez más.
El sol apenas ha comenzado a salir cuando suena la alarma en el cuartel a las 05:00 am. Me levanto de la litera en un solo movimiento, ignorando el cansancio acumulado en los músculos.
El cansancio es para los débiles.
A mi alrededor, los demás soldados hacen lo mismo, algunos mascullando maldiciones mientras se apresuran a ponerse las botas. La Base Alpha 12 nunca duerme. Aquí el descanso es un lujo y la fatiga un enemigo que no podemos permitirnos.
El sonido de botas golpeando el cemento llena el aire cuando salgo del dormitorio. Respiro hondo mientras ajusto las correas del chaleco antibalas y me recojo el cabello en una trenza ajustada. El aire tiene ese olor a polvo y metal característico del lugar. Desde la distancia, se escuchan los motores de los camiones y el sonido de disparos en el campo de tiro.
Otro día en el infierno.
-¡Johnson! -la voz de Clarisse me alcanza antes de que pueda llegar al comedor.
Me giro y la veo acercarse con su paso firme y mirada afilada. Sargento Clarisse Evans. La única mujer aquí a la que respeto, porque se ha ganado su lugar a base de sudor y sangre.
Ya han pasado dos años desde que nos vimos la última vez porque estuve todo ese tiempo de transferencia en otra base fuera del país ejecutando misiones allí. Pero veo que no ha cambiado en nada.
-Hoy te toca con el equipo Delta -dice sin preámbulos- Entrenamiento de resistencia.
Mi mandíbula se tensa. Sé lo que significa.
-¿Quién dirige? -pregunto, aunque ya imagino la respuesta.
Clarisse sonríe apenas, con ese brillo malicioso en los ojos.
-¿Quién más? Hunter.
Su nombre todavía era capaz de desarmarme por dentro, como si cada sílaba me recordara las noches en las que me hizo suya sin piedad... y luego me dejó con la piel ardiendo de rabia. Dos años sin verlo, pero mi cuerpo aún lo reconocía antes que mi orgullo.
Maldito.
Controlo mi expresión. No dejo que nada en mi rostro delate lo que esa información realmente significa. Pero por dentro, una parte de mí maldice su existencia. Por supuesto que es él.
-¿Problema, Johnson?
-Ninguno
-Bien -dice, pero me estudia unos segundos más antes de girarse e irse.
No pierdo más tiempo y me dirijo al comedor. El café es amargo y las raciones de comida no saben a nada, pero al menos cumplen su función. Mientras como, escucho fragmentos de conversaciones a mi alrededor. Algunos soldados hablan sobre la última misión en la frontera, otros sobre la posible llegada de nuevos reclutas. Nada de eso me importa.
Lo único que importa es sobrevivir el día.
La voz de mi padre resuena en mi mente, grave e implacable como siempre.
"No hay espacio para errores, Katherine. No hay espacio para la debilidad"
Desde que tengo memoria, el General William Johnson ha esperado que yo siga los pasos de mi hermano, que me convierta en la soldado perfecta. Cuando Ryan murió, supe que no tenía elección. Dejé de ser Katherine. Me convertí en Johnson. La hija del general. La que no podía fallar.
Dejo la bandeja vacía y salgo directo al campo de entrenamiento.
El sol ya quema en el cielo cuando llego y veo al equipo Delta alineado. Veinte soldados en formación, listos para recibir las órdenes de su Capitán.
Y ahí está él.
Mason.
Pasa la mirada por todos nosotros con esa expresión fría y calculadora. Su uniforme impecable, su postura perfecta. Su presencia es sofocante. Siempre lo ha sido.
-Bienvenidos al Infierno -dice con su tono pausado y seguro. Su voz resuena en el aire, fuerte y autoritaria.
No parpadeo, no desvío la mirada. No pienso darle el gusto de intimidarme.
-Hoy probaremos sus límites físicos y mentales. Veinte kilómetros con equipo completo. Sin pausas. Sin excusas.
Algunos soldados intercambian miradas tensas. No es un entrenamiento común. Es una tortura disfrazada de ejercicio. Mason da un paso al frente y su mirada se clava en mí.
-¿Algún problema, Johnson?
-Ninguno, Capitán - respondí, aunque el verdadero problema estaba justo frente a mí, con ese uniforme que le quedaba demasiado bien y esa voz que me hacía temblar por dentro.
Le tenía que mentir porque ¡claro que había un maldito problema! Y tenía ojos grises y una maldita sonrisa que me conocía mejor que yo misma.
-¿Segura? No quiero que me digan luego que fuiste una carga.
Algunos soldados ocultan sonrisas. Saben que esto es personal.
Lo miro directo a los ojos.
-¿Y usted, Capitán? No quiero que me digan que le cuesta seguir el ritmo.
El silencio pesa. Mason entrecierra los ojos, pero su boca se curva en una sonrisa apenas perceptible.
-Interesante.
Y da la orden. Los primeros kilómetros son soportables. El peso del equipo -más de veinte kilos entre chaleco, armas y munición-es una carga constante, pero manejable. El verdadero problema es el calor. El sudor corre por mi espalda y mis músculos empiezan a tensarse. A mi alrededor, algunos soldados ya muestran signos de agotamiento.
Mason corre a nuestro lado sin signos de fatiga. Maldito infierno de hombre.
-¿Cansada, Johnson? -su voz suena demasiado cerca.
No respondí, pero sentí su respiración a mi lado, el calor de su presencia casi pegado a mi piel.
No sabía si quería golpearlo... o girar el rostro y besarlo justo ahí. Entre sudor, rabia y adrenalina.
Joder, estaba en problemas.
Solamente lo ignoro y sigo corriendo.
-¿Es lo mejor que puedes hacer?
Aprieto la mandíbula y acelero el paso. No voy a quebrarme.
Los últimos cinco kilómetros son un infierno. Dos soldados han colapsado y han sido retirados. El dolor en mis piernas es insoportable, pero sigo avanzando. Cuando por fin llegamos a la meta, el mundo da vueltas a mi alrededor. Me quito el casco y respiro hondo.
No voy a caer.
Mason se acerca, con esa expresión arrogante que me saca de quicio.
-Nada mal, Johnson. Pensé que después de tanto tiempo habrías perdido el toque.
Levanto la barbilla y lo miro directo a los ojos.
-Usted tampoco está tan oxidado, Capitán.
Él sonríe. Esto no ha terminado.
---
Después del entrenamiento, paso horas en mantenimiento de equipo y revisando informes. La rutina mantiene mi mente ocupada, evita que piense demasiado en el pasado. Cuando finalmente entro a mi habitación, dejo caer el chaleco y me quito las botas. Mi cuerpo duele, pero estoy acostumbrada.
Miro la foto de mi madre en la mesita de noche.
Su sonrisa es suave, llena de una ternura que ya no existe en mi vida. Ella nunca quiso esta vida para mí. Pero tampoco pudo evitar que sucediera.
Me dejo caer en la litera y miro el techo. Pienso en Ryan. En la última vez que fui realmente feliz.
El pasado es un veneno que nunca desaparece.
Y Mason acaba de reabrir todas mis heridas. Pero no pienso dejar que me destruya otra vez.
---
Cierro los ojos, intentando forzar a mi mente a descansar, pero es inútil. Mi cuerpo puede estar agotado, pero mi mente sigue en guerra.
Los recuerdos aparecen sin permiso. Su voz. Su mirada. El calor de su piel contra la mía en aquellas noches en las que todo lo que importaba era la sensación de perdernos el uno en el otro.
A esas noches en otra base, otra cama, otro infierno más cálido. A su aliento en mi cuello y su risa grave diciéndome que me calle, que si me escuchaban gritar su nombre nos iban a separar.
No me importaba. Yo gritaba igual.
Ahora me queda el eco. Y la maldita certeza de que su cuerpo sigue tatuado en mi memoria porque por más que lo intente olvidar, siempre vuelvo a él.
Aprieto los ojos con fuerza y giro sobre la litera, negándome a caer en ese maldito abismo otra vez. Mason es pasado. Es un error que no volveré a cometer.
La puerta de la habitación se abre de golpe.
-¿Sigues viva, Kathe?
Levanto la mirada y veo a Clarisse apoyada en el marco de la puerta con una botella en la mano.
-Lo intento -respondo, sentándome.
Ella entra sin esperar invitación y me lanza la botella. La atrapo en el aire y la miro con curiosidad.
-Whisky -dice antes de que pueda preguntar-. El buen soldado sabe que hay dos formas de aguantar este infierno: o te endureces, o bebes hasta olvidar.
Destapo la botella y le doy un trago. El líquido quema mi garganta, pero no me quejo.
-¿Por qué la generosidad?
Clarisse se sienta en la litera de enfrente y me observa con atención.
-Porque vi cómo te miró hoy -dice sin rodeos-. Y vi cómo lo miraste tú.
Mi cuerpo se tensa de inmediato.
-No es nada.
Clarisse suelta una risa seca.
-Sí, claro. Y yo soy la Virgen María.
Le doy otro trago a la botella sin responder.
-¿Sigues en la mierda con él? -pregunta después de un momento.
-No hay nada que seguir.
-¿Segura? Porque te conozco, Kathe. Y sé que Mason es como una herida que nunca termina de cerrar.
Respiro hondo, apoyando los codos en las rodillas.
-No tengo tiempo para esa mierda.
Clarisse me estudia unos segundos antes de levantarse.
-Solo recuerda esto -me advierte antes de salir- si juegas con fuego otra vez, te vas a quemar.
Cuando se va, me quedo en silencio, sosteniendo la botella entre las manos.
Ella tiene razón.
Pero eso no cambia nada.
Mason es el peligro que juré no volver a tocar.
Y sin embargo, sé que es solo cuestión de tiempo antes de que volvamos a cruzar la línea.
Mi familia era pobre y tenía que trabajar medio tiempo todos los días solo para pagar las cuentas y estudiar en la universidad. Fue entonces cuando la conocí, la chica bonita de mi clase con la que todos los chicos soñaban salir. Era muy consciente de que ella era demasiado buena para mí. De todos modos, reuniendo todo mi coraje, le dije que me había enamorado de ella. Para mi sorpresa, accedió a ser mi novia. Me dijo, con la sonrisa más bonita que he visto en mi vida, que quería que el primer regalo que le diera fuera el último iPhone de gama alta. Un mes después, mi arduo trabajo finalmente valió la pena. Pude comprar lo que ella quisiera. Sin embargo, la pillé en el vestuario besando al capitán del equipo de baloncesto. Incluso se burló despiadadamente de mis defectos. Para colmo, el tipo con el que me engañó me dio un puñetazo en la cara. La desesperación se apoderó de mí, pero no pude hacer nada más que tirarme en el suelo y dejar que pisotearan mi orgullo. Cuando nadie lo esperaba, mi padre me llamó de repente y mi vida cambió. Resulta que soy el hijo de un multimillonario.
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