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En un mundo donde la oscuridad y el misterio reinan, Bellatrix, la heredera del reino de las brujas, se encuentra atrapada en un juego peligroso de supervivencia. Las reglas son claras y mortales: la debilidad de una bruja es encontrar a su mate, la de un vampiro es la sangre prohibida, y la de un lobo es una virgen. Bellatrix, con su linaje de poder y su destino marcado por la profecía, debe navegar por este mundo lleno de brujas, vampiros y hombres lobo. Cada paso que da, cada decisión que toma, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Bellatrix Ironclaw, con solo 20 años, ya era conocida en los círculos más oscuros del mundo mágico como una figura imponente e implacable. Su cabello azul oscuro caía como una cascada sobre sus hombros, un contraste marcado con sus ojos, claros como el hielo, que parecían penetrar las almas de quienes se atrevían a mirarla. Con una piel pálida y un aire de autoridad natural, Bellatrix no necesitaba palabras para hacerse respetar. Su mera presencia era suficiente para llenar cualquier habitación de una tensión palpable, un recordatorio constante de que no debía ser subestimada.
Desde joven, había aprendido a desconfiar profundamente de los hombres. Las traiciones que había sufrido la habían convertido en una mujer fría, que veía la vulnerabilidad como una debilidad inaceptable. Bellatrix había optado por rodearse de sus compañeras y guardaespaldas, mujeres leales que entendían su necesidad de independencia y que la apoyaban incondicionalmente. Aunque disfrutaba de momentos tranquilos con ellas, nunca bajaba la guardia del todo. En su mundo, la confianza era un lujo peligroso.
Bellatrix se deleitaba en el arte oscuro de la magia negra, una habilidad que dominaba con maestría. Sus enemigos temblaban ante la simple mención de su nombre, pues era conocida por su crueldad despiadada cuando se trataba de torturar o destruir a quienes se interponían en su camino. Su destreza en el espionaje y la manipulación la convertía en una maestra del engaño, y aquellos que creían estar por encima de ella solían encontrarse atrapados en sus intrincados juegos antes de siquiera darse cuenta.
Uno de los mayores enemigos de Bellatrix era Ezekiel Stormrider, el líder de la mafia más temida del submundo sobrenatural. Ezekiel era un hombre lobo de fuerza descomunal, cuya reputación se había forjado a base de sangre y fuego. Con su cabello negro azabache y sus ojos dorados, su sola presencia inspiraba miedo. Los rumores sobre su sadismo eran bien conocidos: no solo era implacable con sus enemigos, sino que disfrutaba infligiendo sufrimiento, especialmente a las brujas, a quienes culpaba por los traumas de su infancia.
Ezekiel no toleraba la desobediencia ni la debilidad, y su temperamento feroz lo mantenía en la cima del mundo criminal. Era un hombre astuto, que sabía cuándo atacar y cuándo retirarse para ganar ventaja. Bajo su control estaban las operaciones más lucrativas del mercado negro, desde el tráfico de artefactos mágicos hasta el control de los gremios de asesinos. No había esquina de la ciudad que no sintiera el peso de su dominio.
El destino, sin embargo, tenía planes diferentes para ambos. A pesar de sus desdenes por la idea de un "mate" destinado, los caminos de Bellatrix y Ezekiel estaban destinados a cruzarse, y cuando lo hicieron, fue como si dos fuerzas de la naturaleza chocaran. Ambos compartían una desconfianza profundamente arraigada hacia el otro. Bellatrix veía en Ezekiel a un hombre lobo cruel y arrogante, mientras que él la consideraba una bruja peligrosa y manipuladora. Ninguno estaba dispuesto a ceder terreno, y cada encuentro entre ellos estaba cargado de tensión y hostilidad.
Sin embargo, había algo más bajo la superficie. Una atracción oscura y peligrosa comenzó a formarse entre ellos, una chispa que ninguno de los dos podía ignorar, por mucho que intentaran resistirse. Bellatrix, acostumbrada a mantener el control en todo momento, se sentía desconcertada por la forma en que Ezekiel parecía desarmarla con una simple mirada. Por su parte, Ezekiel estaba igualmente sorprendido por cómo aquella bruja lograba sacudir sus instintos más profundos, despertando en él algo más que el deseo de dominarla.
Sus encuentros eran siempre un juego de poder, una danza peligrosa entre dos almas rotas que luchaban por mantenerse al mando. En un mundo donde la lealtad era escasa y la traición, abundante, ambos sabían que confiar en el otro sería su perdición. Pero había algo irresistible en la oscuridad del otro, algo que les hacía volver a buscarse una y otra vez.
Mientras sus respectivas organizaciones criminales chocaban en un torbellino de conspiraciones y traiciones, Bellatrix y Ezekiel se vieron atrapados en una guerra tanto externa como interna. A pesar de su desdén por la idea de un "mate" destinado, comenzaron a cuestionar si el destino tenía otros planes para ellos. Su relación, si se podía llamar así, era un tira y afloja constante, donde el control y la sumisión se entrelazaban de maneras inesperadas.
Ambos eran conscientes de que, en su mundo, el amor era una debilidad que no podían permitirse. Pero a medida que el peligro aumentaba y los enemigos se acercaban, tanto Bellatrix como Ezekiel empezaron a preguntarse si podían permitirse vivir sin esa conexión, por mucho que les costara admitirlo.
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