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Para Giselle Anderson, no existe nada más importante que llevar a cabo su plan de venganza contra la familia Cromwell. Ella ha estudiado cada uno de sus movimientos y solo espera el momento oportuno para atacar. Cuando Rodrigo Cromwell le ofrece un matrimonio por conveniencia, Giselle aprovecha la oportunidad para acabar con cada uno de ellos sin levantar sospechas, infiltrándose dentro de la mansión. Es el plan perfecto, pero... ¿Convivir con el enemigo? ¿Dormir en su misma cama? ¿Aparentar ante todos, ser la esposa feliz de su peor pesadilla? A veces la recompensa merece el riesgo, pero es difícil planificar un futuro atada a los demonios del pasado. Poco a poco, Rodrigo le hace tambalear su determinación, haciéndola dudar de sus creencias, arrastrándola a un mundo nuevo lleno de deseo, odio y placer, y conduciéndola a una pasión desenfrenada de la que le es imposible deshacerse. ¿Será posible reemplazar el odio con amor?
Lo veo a lo lejos.
Estoy refugiada de su visión, tras la columna de una de las casa en la calle del frente. Él está usando un pantalón vaquero de color negro, combinado con una camisa del mismo color. Rodea con su brazo los hombros de una chica con el cabello rojo, mientras le susurra palabras al oído para que esta se ría.
Hago un gesto de desagrado.
Siempre repite el mismo patrón. Viene a este bar cada viernes en la noche, junto a su amigo George; encuentra a una chica diferente y se la lleva al hotel. Resulta desagradable su estilo de vida. Es un mujeriego sin escrúpulos.
Desde mi posición, puedo ver cómo salen del bar tomados de la mano y él la acompaña hasta su auto. Como todo un galán seductor, primeramente la ayuda a entrar al auto, antes de rodearlo y sentarse tras el volante. Supongo que ahora viene la parte de la noche en la que la lleva a su casa.
Corro hacia mi auto, enciendo el motor, y salgo disparada tras él, aunque me mantengo a unos metros de distancia.
Lo vigilo día y noche. Sigo sus pasos como si de una asesina en serie se tratara. Gracias a ello, sé perfectamente sus gustos, sus costumbres, sus manías y sus miles de defectos. Rodrigo Cromwell es mi mayor enemigo. Lo odio desde hace casi un año. Él y su familia pagarán por todo lo que me han hecho. Me aseguraré de que así sea.
Arqueo mi ceja al ver cómo su auto sigue su rumbo por la autopista. ¿Hacia dónde se dirigen? Su casa no es en esta dirección. Aminoro un poco la velocidad al comprobar que me acerco demasiado. Unos minutos después, dobla hacia la derecha por la autopista. ¿Llevará a la chica a otro sitio? Me resulta raro que lo haga, ya que hasta ahora, siempre las lleva hacia su mansión.
Rodrigo detiene su auto a la orilla de la calle unos minutos después. Hago lo mismo, manteniendo una distancia prudente. Él se reúne con su compañera y entre risas, se dirigen hacia una de las casas del vecindario.
Guardo mi libreta de apuntes en la guantera, coloco mi celular en la pequeña bandolera, y trato de no perderlos de vista cuando salgo del auto y el aire fresco de la noche me recibe.
El ruido que proviene de la casa resulta ensordecedor. Cientos de jóvenes y adolescentes se encuentran en el jardín delantero fumando, bebiendo y riendo. Al parecer se trata de una fiesta de disfraces. Están usando máscaras y ropas de diferentes temáticas.
Para Rodrigo Cromwell la noche apenas comienza y gruño por ello. Debería dar media vuelta e ir a casa con Herick, pero hay algo que me impulsa hacia adelante. Supongo que por curiosidad. Tanto a él como a la chica los he perdido de vista, pero sé que se encuentran en el interior.
Camino entre las personas hasta llegar a la puerta, donde me tropiezo con un chico disfrazado de superhéroe.
- Lo siento – me disculpo al ver que su bebida se ha esparcido por su ropa por mi culpa.
- No te preocupes – me dice con una sonrisa, quitándole importancia. - ¿Te conozco?
¡Maldición! ¿Qué puedo decir al respecto? Me he colado en una fiesta, a la que no he sido invitada, a la dos de la mañana.
- Soy amiga de los dueños de la casa – miento con rapidez y rezo para que me crea.
- Qué raro. La casa es mía y no te conozco.
Siento mis mejillas arder. Tartamudeo sin saber qué decir, hasta que el chico comienza a reír de forma escandalosa.
- Me gustó ver tu cara de espanto – dice entre risas. – No soy el dueño. En realidad, lleva abandonada desde hace tiempo, por eso las fiestas las hacemos aquí, lejos de padres y vecinos latosos. Todos son bienvenidos.
Con disimulo, corro la vista por el local, buscando a Rodrigo, pero no lo veo por ningún lado.
- Toma – el chico llama mi atención y me ofrece un antifaz de color negro que cubre los ojos y el puente de la nariz. Es bastante bonito. – Tu vestido es hermoso. Si preguntan de qué vas disfrazada, puedes decir que eres una princesa – susurra en mi oído, mientras ata las cuerdas del antifaz en la parte posterior de mi cabeza. – Una princesa muy hermosa.
- Gracias – le digo. Es muy buena idea usar esto. Aun no es momento de que Rodrigo vea mi rostro. Tengo una mejor idea para cuando eso ocurra.
- Mi nombre es Félix. Sígueme, princesa.
Me toma de la mano y me lleva hacia lo que parece ser una cocina. Desde afuera la casa se ve hermosa, pero desde dentro, se aprecia la dejadez y falta de decoración. Félix me ofrece un trago en un vaso plástico. Observo el recipiente, dudosa. No creo que sea buena idea que beba. Tengo que mantener mi mente despejada, pero de igual forma le agradezco el gesto.
Todos deben tener alrededor de mi edad. Nunca asisto a fiestas y menos como estas, cuando todo se sale de control.
Toma mi mano nuevamente y me arrastra hacia el salón principal, donde muchos de los chicos se encuentran sentados en el suelo, en un círculo, jugando al famoso juego de ¨Verdad o reto¨.
Ruedo los ojos. Ahora comprendo por qué razón no asisto a este tipo de lugares. Se siguen comportando como niños. Intento marcharme, pero me detengo al ver a Rodrigo tomando entre sus manos la botella y haciéndola girar en el centro de todos. Por su entusiasmo, creo asegurar que le encanta este juego. ¿Cómo puede ser divertido un juego infantil?
- Espera. Faltamos nosotros – dice Félix, empujándome hacia adelante, haciendo que todos levanten la vista hacia nosotros, incluido mi enemigo, quien recorre con su mirada mi cuerpo.
¡Maldición!
- No. Yo no juego – digo, deteniéndome.
- Hay alguien aquí que muere de miedo – se burla uno de los chicos y todos los demás también se ríen, incluido Rodrigo. – ¿Acaso eres una virginal chica que nunca ha dado un beso?
- Entonces es mejor que no participe – interviene la chica de cabello rojizo. – No queremos que llore con el primer castigo.
Al escucharla todos comienzan a reír nuevamente. Ruedo los ojos.
- Mejor me marcho – le digo a Félix.
- No tienes que jugar si no quieres, pero no te marches. Puedes disfrutar de la fiesta de todos modos. Hay bebidas gratis – dice, señalándome el vaso que aún tengo entre las manos.
- Creo que no fue buena idea haber venido.
- Pienso lo mismo.
Detengo mis movimientos al escuchar su voz. Es él. Rodrigo Cromwell.
Me volteo para enfrentarlo.
- Estás haciendo que el juego se vea retrasado por una pataleta infantil – protesta Rodrigo, dando un largo trago a su vaso. Me pregunto cuánto habrá tomado hoy. Sus ojos están inyectados en sangre. – Si deseas marcharte, hazlo ya. Si te quedas, atente a las consecuencias.
- ¿Me estás amenazando? – le pregunto achicando mis ojos hacia él. Es la primera vez que hablamos y encima se burla de mí.
- Te estoy alertando, princesita.
- Si vuelves a llamarme de esa forma, haré que te tragues tus propios dientes – le digo y todos hacen un sonido de asombro seguido por sus risas descontroladas, pero mis ojos permanecen en los de él, quien me sonríe de una forma algo extraña, como si de alguna forma mis palabras le hubieran gustado.
- Me encantará ver como lo intentas – responde, señalando un espacio vacío casi frente a él.
¿Es un reto?
Trago saliva.
Lo odio. Odio a este hombre y tengo planes para él. Quizás esta noche puedo comenzar mi venganza y humillarlo frente a todos.
Sé que debería marcharme, que me estoy metiendo en terreno pantanoso y que puedo poner en peligro mi plan, pero la mirada desafiante de Rodrigo me molesta. Se cree un ser superior. Me encantaría borrarle esa sonrisa de superioridad de un guantazo.
Bebo de mi vaso todo el contenido y lo arrojo a un lado. Camino con seguridad hasta sentarme en el lugar indicado. La garganta me arde por la bebida. Los ojos de Rodrigo no se apartan de mí en ningún momento, mientras hace girar la botella.
Para mi mala suerte, el pico de la botella cae en mi dirección, como si lo hubiera planificado de antemano.
- Rodrigo, debes besar a la chica en cinco lugares diferentes – dice una voz a mi lado que no sé de quién diablos proviene. No puedo apartar los ojos del chico que me sonríe de medio lado.
Niego con la cabeza. No puedo continuar con este juego absurdo, pero Rodrigo tiene otros planes, y gatea hacia mí con lentitud.
Tengo que marcharme, lo sé, pero cuando él llega a colocarse justo frente a mí, mi mente se me nubla y me paralizo.
Maldigo lo apuesto que luce. Y maldigo mi cuerpo por querer recibir esos cinco besos.
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