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Cloe Jones se había casado únicamente para salvar a su familia, porque despreciaba a su marido.
Era demasiado tarde para una visita de cumplido. Cloe Jones cruzó el recibidor intranquila, el sonido de sus tacones sobre el polvoriento terrazo resonaba en el espacio vacío mientras la premonición de que algo no iba bien provocaba estragos en sus nervios. Volvió a sonar la campana y tuvo que reprimir las ganas de gritar a quien fuera que llamaba. Cloe nunca gritaba a las puertas, ni siquiera cuando estaba agotada por tener que decidir qué reliquias familiares sacaba a subasta. Dudó un momento frente al pomo de la puerta mientras respiraba hondo para tratar de calmarse y pensar con lógica.
No tenían que ser necesariamente malas noticias. Antes o después su racha de mala suerte tenía que cambiar, ¿por qué no esa noche? Abrió la puerta y su mala suerte se convirtió en peor.
- ¡Usted!
Marco Harris se apoyó en el marco de la puerta con un brazo por encima de la altura de su cabeza y el torso cubierto de negro. Ella tuvo que hacer un gran esfuerzo para no retroceder ante el empuje de su presencia. En medio de la mancha de luz de la entrada parecía más una prolongación del oscuro cielo nocturno que un hombre. Llevaba el pelo negro hasta los hombros, recogido en una coleta que no le restaba masculinidad y acentuaba su aspecto de bucanero, pero lo que impresionaba era el brillo de triunfo en los ojos negros. Cloe sintió pánico y tuvo que contenerse para no cerrar de un portazo. Hizo el esfuerzo de mantenerse de pie, con la barbilla levantada. A pesar de los tacones, los ojos de él quedaban unos centímetros por encima de los de ella.
- ¿Qué quiere?
- Estoy sorprendido.
Dijo con un tono como si le divirtiera el esfuerzo de ella por parecer más alta.
- Casi esperaba que me diera con la puerta en las narices.
- Entonces no es necesario que le diga que no es bienvenido.
- Pero aquí estoy.
Tres palabras, sólo tres palabras, pero que pronunciadas con su acento, parecían una amenaza. Sintió como si el miedo tejiera una tela de araña en sus venas.
- ¿Por qué?
- Qué delicioso volver a verla, Cloe...
Dijo él, ignorando su pregunta y enfatizando así la falta de cortesía por parte de ella, pero ser amable no preocupaba en ese momento a Cloe, no cuando el acento de Marco parecía devorar su nombre. Sintió que un escalofrío la recorría.
- Créame.
Se las arregló para mantener el tono de voz adecuado.
- El placer es sólo suyo.
Él rió con un sonido grave que de algún modo hizo vibrar la piel de Cloe.
- Sí.
Se mostró de cuerdo Marco sin mostrar ningún arrepentimiento en su mirada mientras la recorría de arriba abajo. Desde los ojos, a través de sus curvas hasta llegar a las botas de cuero rosa y después volvía de nuevo hasta los ojos. Finalmente los ojos de Marco se detuvieron en los de ella y la miró con calor, posesivo. Lo único de lo que Cloe fue capaz fue de seguir respirando.
- También es un placer para mí.
Murmuró él. Sintió que una ola de rabia la llenaba. ¿Cómo se atrevía a mirarla de ese modo, como si fuera suya? ¡No tenía derecho! Marco estaba muy equivocado si pensaba que podría poseerla. Nunca se acercaría a ella. A pesar de todo, Marco no pudo evitar cruzarse de brazos.
- Todavía no me ha dicho por qué está aquí.
- He venido a ver a su padre.
- Lo dudo. Tengo serias dudas de que mi padre quiera volver a verlo, no después de lo que ha hecho para socavar sus negocios y arruinar nuestras vidas.
Él se encogió de hombros de un modo que mostraba que le daba igual lo que ella pensara, lo que la puso aún más furiosa.
- Sus dudas no son mi problema. Mis negocios, sí, y en este momento me está dando consejos sobre cómo llevarlos. Así que, si se aparta a un lado...
Ella tensó los músculos sin apartarse un centímetro.
- Es muy tarde. Y aunque no lo fuera, está perdiendo el tiempo. Usted es la última persona en el mundo con la que mi padre querría hacer negocios.
Marco apretó la mandíbula mientras se inclinaba para estar más cerca de ella.
- Es evidente que no tiene ni idea de lo que su padre es capaz.
Su aliento le rozó en la cara, y la mezcla de testosterona y café tuvo un potente efecto sobre ella. ¿Era crueldad? Por primera vez el miedo se hizo tangible. Ya no era sólo con su visión o el sonido de sus duras palabras con lo que tenía que enfrentarse, se encontraba con que era su misma esencia la que asaltaba sus oídos, sus sentidos, ponía a prueba su equilibrio. Y eso era demasiado. A pesar de la fresca noche de otoño, sentía calor, sudaba mientras sentía como cada músculo se preparaba para huir o luchar. ¿Qué había llevado a ese hombre allí esa noche? ¿Por qué había llegado a pensar que ella le dejaría entrar en su casa después de que había hecho todo lo posible para arruinar a su familia y con ella, dos siglos de historia? En ese momento no importaba porque había una cosa de la que ella se había dado cuenta de modo instintivo: Fuera lo que fuera lo que ese hombre estaba haciendo allí, no era algo bueno. La respuesta era tan sencilla como preocupante. Marco Harris no cruzaría el umbral de la puerta, no mientras ella tuviera una escopeta.
- Cloe, ¿quién es, querida?
Sorprendentemente su madre estaba despierta todavía, pero ella sólo giró ligeramente la cabeza en la dirección de su voz. De ninguna manera iba a apartar la vista del oscuro castigo que tenía delante de ella.
- Nada importante. Ya me ocupo yo.
Y con una oleada de satisfacción buscó el pomo para intentar cerrar la puerta de la casa. Ni siquiera consiguió empezar. Como un relámpago, la mano de Marco apareció y detuvo la pesada puerta, después la empujó y la puso fuera del alcance de ella.
- ¿Qué hace?
Gritó ella con una mezcla de furia y conmoción mientras la puerta se abría hasta más allá de su alcance, dejándolo a él en medio del hueco como si de una negra araña se tratara.
- ¡Cloe!
Gritó su madre.
- ¡Deja entrar al señor Harris!
Se volvió completamente para mirar a su madre.
- No puedes estar hablando en serio. No después...
- Estoy hablando en serio.
La anciana salió con poco más que un murmullo, llevaba un brazo cruzado encima del pecho y los dedos de la otra mano alrededor de la garganta.
- Tu padre lo ha estado esperando. Pase, señor Harris, Andrew lo espera en la biblioteca. Disculpe por la falta de educación de mi hija.
Cloe retrocedió como si le hubieran dado una bofetada en la cara.
- Está bien.
Dijo él, pasando al lado de Cloe.
- Creo que no hay nada que me guste más que una mujer con carácter.
La madre cerró los ojos un momento y pareció como si se mareara.
- Bien.
Dijo la anciana después de recobrar la compostura y evitando la mirada de preocupación de su hija.
- Si me acompaña, señor Harris...
- ¿Qué está pasando?
Caroline Jones se volvió a mirar a su hija, o casi, fijando su mirada en un punto por encima del hombro de Cloe.
- Quizás deberías cerrar la puerta, querida, hace frío esta noche. Después podrías llevar a los hombres café y brandy. Estoy segura de que tendrán mucho de que hablar.
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