a P
Anabel Blázquez entró, radiante. Llevaba un ramo de flores y una cesta
dijo, acercándose a la cama. Su voz goteaba mie
mpecablemente vestida. Con un currículum impresionante y una ambición aún mayor. Dante siempre la elogiaba. "Es brillante, Jana. Ti
que ella tambié
jos en mí. Su preocupación era una máscara bur
ntenerme tranquila. Para que no sospechara. Pero yo
i voz era fría. "Necesito descansar.
da. Te entiendo. Pero no quería irme sin verte." Se volvió hacia Dante. "Dante, deberí
o donde Dante había estado minutos antes. Me miró, un
a. No la detuvo. Solo se quedó de pie, obs
erada. Él no se movió. Los enfermeros y las visitas que pasaban por el
a detuvo. Él permitió esto. Delante de m
bitación se cerró en silencio. Nos dejó a los tres. Solos.
os. La chef Jana, engañada en su propia cama de hos
a descarada. Dante me miró. Una presión silenciosa. Como si me dijera: "Mir
pero el sonido se ahogó en mi garganta. No les daría el
que estaba dormida. Su cuerpo se rela
ve gemido. Un beso. Los labi
su reflejo en la ventana. Anabel l
slizó por mi mejilla. Luego
s se encontraron con los míos. Por un instante, e
ó de la habitación. "Te espero afuera",
able. Pero no me importó. Tenía que saber. Tenía que ver.
ntreabierta. La suya. Una señ
bel, con la voz llena de veneno. "¡¿Qué
¿no? Y es mi deber 'consolarte', mi amor." Se acercó a él. Su cuer
nciones eso aquí!" Él la besó de nuevo. La besó con furia.
uché. Una frase. Un susurro. "
jadeo. Su rostro se puso blan
volvió espeso. Me llevé las manos a los oídos. Pero no pud
que no podía despertar. No podía ser. No p
erza de un tren. Me ahogaba. Ne
pasillo. Mis extremidades, r

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