a P
irtieron en sonrisas obsequiosas. Sus ojos, antes exigentes, ahora tenían un brillo calculador mientras guiaban a Katia y
ntaña. Mi mente, usualmente tan ordenada, luchaba por seguir el ritm
e, con voz excesivamente dulce, mencionó una cifra que me h
a, su sonrisa inquebranta
o tengo esa cantidad de dinero",
n cruzando su rostro. "¿Qué quieres decir con que no
tán bloqueadas", expliqué, mi
ntaña de mercancía, y de nuevo a Katia, con los ojos muy abiertos. Esta no era
siseó Tiffany. "Si
ió. No me dejaría intimidar por esto. Ya no. No por ellas. Mi mirada se encontró con
socavada, especialmente frente a sus compinches. Con un suspiro frustrado, arrebató la t
esional, la deslizó suavemente. La transacción se realizó. Katia logró una
anciera, las amigas de Katia recuperaron su arrogancia.
nútil", se burló una chica. "Recuerdan cóm
cidió otra. "Recordémos
e agarró del brazo, su agarre sorprendentemente fuert
hacia un baño impecable de azulejos blancos. Sus amigas la siguieron, bloquea
Sus amigas se unieron, sus risas resonando en el pequeño espacio. Mi vestido quedó hec
atriz en mi brazo, una reliquia de un accidente infantil. "¿Tratando de ocultar
se de mi cuerpo, mi falta de curva
picándome la mejilla. "Todavía ta
nte nada por Santiago, te lo aseguro. Él mismo me lo dijo. Dijo que era fría.
nca reaccionabas. Cómo nunca llorabas. Dijo que le hacía sentir como si estuv
entonces, *Vacía. Un vacío.* Ahora rep
mo una mascota descuidada. Te mantenía por lástima. Pero ahora me tiene a mí. Y ciertamente no so
rta del baño. Voces, susurradas y urgentes. El rostr
tró tambaleándose, sosteniendo algo. Era un pequeño conejo blanco. Su pelaje estaba apelmazado con
rio Jessica, sus ojos brillantes de alegría ma
onejo parecía aterrorizado, sus
ariño. Eres tan buena con los animales, ¿no? Tan empática. ¿Por qué no... lo consuelas?". Le
voz fría. "Bésalo. Lámelo. Haz que se sienta amado".
ba más allá de la humillación. Esto era... grotesco. Agarré al conejo instintiva
s que solo te preocupas por ti misma?". Me agarró la mandíbula, forzando mi cab
endo, era demasiado. Una oleada de náuseas me invadió. Mis manos temblaban. Intenté
a trazando un camino por mi mej
rrebató el conejo, arrojándolo descuidadamente a una de sus a
blando, el toque fantasma de su crueldad persistiendo
n la sala, llorando histéricamente, con el brazo vendado.
riendo a sus brazos. "¡Fue Elna! ¡E
tro una máscara de preocupación. La s
voz ahogada contra su pecho. "¡Dijo que estaba tratando de reemplazarla, que era
o un profundo rasguño en su bra
o ardieron de furia
"Estaba murmurando sobre cómo deseaba que es
ciéndose las manos. "Señor De la Vega, señor, escuché... escuché a la señorita Elna levantar la voz. P
Era leal a los De la Vega, siempre lo habí
ró, de pie, congelada en la entrada, mi vestido roto apenas cubriénd

GOOGLE PLAY