ista de Ay
. Se me cortó la respiración. El moretón en su mandíbula, el corte en su sien, todo tenía se
en mi pecho, extendiéndose a través de mí como tinta fría. No fue una sorpresa. Lo sabía. Siempre lo supe.
ndo como pólvora. «¡Dios mío, Andrés y Esperanza? ¡Lo sabía!». «Pobre Ayla, siempre la segunda opción». «Realme
vibró de nu
deo. ¿Estás viendo esto? Esa
lorosamente, forzand
pero era necesaria. No podía dejar que vieran las grietas. No podía dejar que nadie viera. Yo era la
oria de amor; era una transacción. Y pronto, la transacción estaría completa. Pronto, sería libre. Rep
n que hablaba de un amor profundo y agonizante. El tipo de amor que una vez, tontamente, había esperado inspirar. Lo miré durante mucho, mucho tiempo, hasta que mis ojos ardieron y mi c
una tesis en la que trabajar. Mi futuro, mi verdadero futuro, dependía de ello. Me
s con más fuerza, apresurándome a casa desde la biblioteca. La lluvia había comenzado de nuevo, una fina y helada niebla que convertía
. El piano de Esperanza. Mis pasos vacilaron. Él estaba en casa. Y ella estaba aquí. ¿Ya? Mi estómago se
ave resplandor de una sola lámpara, y allí, en el piano de cola que nunca se me había permitido tocar, estaba sentada Esperanza Váz
dorado brillando bajo la lámpara. Me quedé helada en la puerta, sinti
ue yo no era: delicada, artística, refinada, nacida en un mundo de privilegios y belleza que yo so
sus ojos azules, grandes e inocentes, encontrándose con l
trofeo. -Su voz era suave, sedosa, pero cada
avándose en mis palmas. El insulto fue directo, b
certe finalmente. -Mi corazón latía con fue
e en un pequeño pájaro de madera tallado a mano en la repisa de la chimenea
ó, casi para sí misma-. Siempre tuv
mi garganta d
regalo del hermano de Andrés para Andrés. Sabía cuánto valoraba ese pajarit
do distraídamente, admirando su delicada artesanía. Andrés había apar
razón latiendo con fuerza, disculpándome profusamente. Él solo me había mirado, luego había recogido cuid
rensión me golpeó como una ola fría: ella tenía derecho a tocarlo. A él no le importaría. Ella era la que pertenecía aquí
isa condescendiente jugando en sus labios. Sus dedos encontraron las teclas de nuevo, la melodía de Chopin llenando la habitación, ahogando el sonido d
bitación, su mirada posándose en Esperanza. Se quedó helado, todo su cuerpo rígido. La máscara fr
voz era un susurro tenso, una co
no, con los ojos bajos, una
No podía dormir. -Sonaba tan fr
El «único y verdadero amor» por el que Andrés había suspirado desde la infancia
frialdad se desvaneció, reemplazada po
tarde. -Su voz era suave, impregnada de
es de lágrimas no derramadas-. No sabía a dónde más ir. -P
e apartó, como si yo fuera una sombra, una presencia inconv
a condujo hacia la cocina, su postura prot
e muestra de domesticidad. Había sido su estofado de res, mi favorito. Me había sentido tan conmovida, tan tontamente esperanzada. Pero ahora, mientras lo veía guiar a Esp
na sonrisa dulce e i
preferir? Andrés conoce tan
me miró, sus ojo
en el St. Regis esta noche. -Su voz era
lases empiezan temprano mañana. Sería mucho más fácil si me quedara
ó, su voz más
. -No había lugar para la discusión, ni espacio

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