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o. Pero cuando lo vi besar a su cuñada, Esperanza -s
en cuanto terminara mi contrato. Me convertiría en científica, en
del que me había enamorado, y usó a mi madre, de quien estaba distanciada, p
trato de por vida para reemplazar el ante
s: «¡Es una puta! ¡Tu puta! ¡Mercancía usada
go los de Carlos, llenos de un dolor que me de
ía. Acabaría con esto,
ítu
ista de Ay
* de Andrés Montero. La chica de su jaula de oro.
istes correctos. Mi belleza era una actuación, un lenguaje silencioso hablado para un público que nunca me vio de verdad. Par
No veían la desesperación que me carcomía el estómago, el miedo atroz que me había llevado a esta prisión brillante
dero amor», y una luz diferente, un anhelo desesperado, parpadeaba en sus ojos. Yo solo era un sustituto, un cuerpo cálido, una distracción conveniente. Soportaba su frialdad, su indiferen
ión para los demás. Otro rostro olvidado. Me imaginaban ahogándome en las secuelas, perdida
viendo. Estaba planeando mi escape. Y esta noche
egurado. Cerré la aplicación del banco, un crudo recordatorio de las esposas de oro que todavía llevaba puestas.
onaba tensa por la preocupación cuando la llamé
joso y temporal departamento en Polanco, viendo có
oy una conveniencia. Un accesorio bonito. -Las palabras
tencia, un miedo que yo entendía demasiado bien. Andrés me veía como una extensión de su poder, un objeto hermoso para ser exhibido, nunca cuestionado. Era un hombre que contro
mi tono, una ligereza que no sentía-. Estará demasiado distraído. To
a su
actamente vas a ha
o. Tenía una nueva ciudad elegida, incluso un nuevo nombre, un nuevo comienzo donde nadie conocería a la «*sugar baby* de Andrés Montero». Iba a encontrar un trabajo tranquilo, tal ve
o de mis huesos. La lluvia siempre hacía que las cosas se sintieran más pesadas, más dramáticas. Como si la propia ciudad estuviera de luto po
ro, sus faros cortando la penumbra, se detuvo en la acera. Mi corazón dio un vuelc
una sacudida de reconocimiento, una tensión familiar en mi pecho que no
precisos. Era una silueta de poder contra el telón de fondo de la ciudad. No levantó la vista
. Hora de actuar. Abrí la puerta, con una
-Mi voz era ligera, con un sutil toque de queja juguetona. Di un p
e indescifrables, se encontraron con los míos
dijo, su voz plana, sin calidez-. Y trae
ó ligeramente que lo vi: un leve moretón comenzando a florecer en su mandíbula, casi oculto por su barba incipie
ndo mi expresión a p
pidamente, con cuidado, hacia el b
se había vuelto indeleblemente ligado a él, a esta vida. Era el aroma del poder, de la riqueza y de la jaula en la que vivía. Me traj
ino la forma en que se mezclaba con la lluvia, la forma en que solía filtrarse a través de las delgadas paredes de mi habitación de la inf
ía llegado, un faro de esperanza, un boleto para salir de una vida que odiaba. Pero
ncluso cuando estaba perfectamente sana. Sabía que era una mentira, una manipulación. Mis resultados del examen de admisión habían sido alterado
lagosamente dulce, todav
n tu hermana. -Nunca se trató de mi hermana. Se trataba de la preferencia de mi mad
nos todavía dolían: «Oh, Ayla, qué lástima. Escuché que reprobaste tus exámenes. Tu hermana, sin embargo, es tan delicad
iado Karla, su lealtad feroz-. Puedes volv
o de nuevo, su voz impregnada de
ta. Yo te necesito. Si te vas, no sé qué haré. Somos una
se. Conseguí un trabajo mal pagado, ahorrando cada centavo, planeando mi escape. Me tomó dos años, dos años de sobrevivir a duras penas, de
sola maleta y dejé una nota. Un adiós corto y sin emociones. La furiosa llamada t
muerta para mí! -Sus palabras, por duras
ficiente para el Tec. Pero luego un asalto, un encuentro violento y aterrador que me dejó físicamente herida y emocionalmente rota, me desp
mamá. No me
ra fría,
familia, Ayla. Este es el castigo de Dios.
ello oscuro, los pómulos afilados, el tipo de belleza llamativa que podría ser una moneda de cambio. Pasé semanas refinándola, practicando sonrisas, aprendiendo el len
en una habitación llena de sonrisas doradas. Estaba hablando con un hombre mayor, su expresión indescifrable, incluso mientras dominaba la conversación. Había oíd
lleando contra mis costillas, una
odulada. Se giró, sus ojos oscuros recorriéndome, un
dedicó u
spectivo, más frío qu

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