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mperio tecnológico de mi esposo, obligada a gestiona
do de mi padre, un invaluable bloque de mármol, pa
dispararan. Me envenenaron. Y me
esinar a Isla, poniendo a to
so cuando me arrastró al borde de un ac
iano! -gritó-
gada, con los ojos fijos
la escultura de mi padre al mar. Y mientras el últim
ces,
ítu
ista de El
chiste más famoso de Santa
del magnate tecnológico Emiliano Cárdenas. La arq
an el "Progr
rotativo de mujeres jóvenes y hermosas -artistas, poetas, músicas
sus infidelidades, y él creía que sus miles de mil
afolios apretados en sus manos ansio
conm
iana. Yo las investigaba, revisaba su trabajo y firmab
telefónico -explicaba yo, con una voz plana y pulida-. A cambio, Emiliano será su mecenas. Asistirá a las inau
, en el tema de artículos compasivos. La Mujer que
ía a fuego lento, un lodo tóxico que cubría el interior de mi corazón. Me quedé porque irme significaba dejarlo ganar, sig
ienen un pun
lus
ndo trajo a Isl
us jeans rotos y sus manos manchadas de pintura. Hablaba del arte como una rebelión, del dinero como una fuerza
o se ob
de redención del mismo sistema de relacion
desmante
as, sus contratos liquida
ilosofías pretencios
s la muerte del alma, Elena. N
n hombre que poseía
a lo que financiaba su búsqueda de "autenticidad". Olvidó las noches que pasé programando m
ó en el aniversario de
e puro mármol de Santo Tomás. No tenía precio, no por su valor de mercado, sino por lo que representaba: su últ
no organizó una lujosa fiesta para Isla, celebr
el mármol habí
estal había una escultura: una grotesca y a
pieza de mi padre para c
elo, mi legado, y lo había tall
ntimiento silencioso y latente se
n su nueva adquisición. No grité. No lloré.
el pulido escritorio de caoba fre
dije, mi voz tan fría y dura com
en sus ojos, que rápidamente se convirtió en
pist
a nuestro acuerdo de sociedad original en la cláusula de infidelidad -
una gota de sudor ya traz
acia la aterrorizada artista de ojos de
lla

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