ia
iaje a casa fue una película muda de mi propia humillación reproduciéndose en bucle en mi cabeza. Cada sonrisa educada de Césa
pierna doliendo en su yeso, un dolor sordo y olvidado
s. Desaparecer. Pero mientr
a de nuestro edificio, mirando las luces del
que sonaba a preocupación. "Te vi salir del
vió una oleada de rabia pura y sin adulterar a través
ose más brillante. "¿César? Sí, solo estoy tomando un
us labios. Pero antes de que pudiera decir las palabras venenosas y com
estacionado el coche y
olorosamente apretado. "¿Qué haces aquí, Kenia? ¿No
reír. Fue un sonido hueco y roto. "Tienes razón, César", dije, mi voz temblando de furia con
como si estuviera hablando otro i
La gente comenzó a salir en tropel del vestíbulo, sus rostros máscaras de pánico. La repentina oleada de la
ón de alguien cayó sobre él. La multitud se arremolinaba a mi
sar. Por un segundo que me paró el corazón, pensé qu
sándose en Anahí, que estaba siendo e
primario, y la envolvió con sus brazos, protegiéndola con su cuerpo. La
a atrás. Ni
l pie de otra persona conectaba brutalmente con mis costillas. Un gri
rdo. Lo último que registré antes de perder el conocimiento fue la imagen de César s
ión con olor a antiséptico. Al dolor en mi pierna
"Tiene dos costillas rotas, y la caída volvió a fracturar su tibia. La inflama
ga al mejor cirujano. No me importa lo que cueste". El apellido Pizar
e preparaban para la cirugía,
en brazos, al estilo nupcial. Estaba pálida y tem
las paredes estériles. "¡Ahora! ¡Tiene hemofilia! Estab
eñor", dijo el médico con calma, "tenemos otra paciente
Soy César Franco", dijo, su voz peligrosamente baja. "Esa mujer", señaló a Anahí, "es mi prioridad. S
u poder, para hacerme a un
se firme, me miró. Yo solo lo miré fijamente, m
hicieron argumentos. Pero la influencia d
cio, vi cómo llevaban a Anahí a una suite privada. Vi a César paseándose
emergencia f
no furioso, pero no era nada comparado con la c
a Anahí. Era que en el universo de su corazón, yo ni s
era

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