ista de El
a Los Cabos, Bruno pasó por mí. Nuestras malet
os blancos sobre el volante-. Necesit
n sermón. Un ultimátum di
n Karla... es una obligación. Es frágil. Su papá la abandonó, no tiene a nadie. No signi
eplanteándola como una carga noble que se veía obligad
eléfono vibró. El nombre de Karla apareció en la
stó, su voz tensa
é, K
el altavoz, un desastre
a de descomponer en la autopista! ¡E
eba perfec
ar nuestra relación por un lado. O
a máscara de pura ago
tengo
a, una cosa muerta en mi
lida, las llantas re
lto puente que dominaba el profundo y rápido río Santa Catarina. El
-le dijo, señalando
sofocante con mi silencioso corazón roto y
idad, ella se inclinó desde el asiento trasero, rodeando s
ó, sus labios rozando s
zo estremecerse. Me miró en el asiento
de la carretera
sonó, un chillido en
olante br
io de metal gritando y cristales rompiéndose. La ca
e, mi cabeza golpeando el tablero
le y aterradora antes de que el impacto hel
el tablero arrugado. El agua helada entró a
a la superficie, jadeando por aire. Se giró y sus ojos se
us ojos: el amor genuino que sentía por mí,
e el asiento trasero, un
Ayúdame! ¡
a div
ntra los cimientos silenciosos y
ejo de h
alda y se lan
tra mujer. El agua fría y oscura se cerró sobre mi cabeza, y
l final del amor que él d

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