ara vivir una aventura de fantasía, me había reclamado. Volví a mi pequeño departamento, a la rutina de las mañanas con café y las noches con la televisión encendi
cina, esperando ver un gran lobo en el parque de enfre
bíamos que era lo correcto, pero la despedida dejó un vacío. Y luego, Adam tuvo que irse también. Su manada, su familia, lo necesitaba. Asuntos que estaban más allá de mi comprensión, de mi vida humana. Lo vi parti
una parte de mi alma hubiera sido arrancada. Pero por más lejos que estuviéramos, por más que la distancia se interpusiera, yo lo sentía. Lo sentía en el aire, en el viento que me rozaba la piel. Lo
advertencia. La gente me miraba en la calle, y yo me preguntaba si verían la marca de enredaderas en mi brazo, si verían la magia en mis ojos. Me
lado. Imaginaba su calor, su aliento en mi cuello, su mano en mi brazo. Los recuerdos de nuestra noche en el arroyo eran mi tesoro más preciado. La sensación del agua fresca, la suav
o en mis venas, una familiaridad que no podía ser ignorada. No era el frío, era la presencia. Corrí a la ventana, mi corazón latiendo co
olor miel. El lobo de Adam aulló, no un aullido de soledad, sino uno de bienven
una llamada, solo el instinto. Y eso era suficiente. Mis días de oficinista, mi vida de humana, se desvaneci
salí, el sol estaba saliendo, y sus rayos bañaban a los dos lobos. Adam, mi Adam, me miró, y su aullido