s terminaba de empacar mis cosas en una p
me preguntó, con un deste
lado", mentí con naturalidad. "Solo será por
con mi padre, que estaba de pie en el umbral. Mi via
aría a relajarme". Podía oler el leve, casi indetectable aroma amargo a almendras de
taza. La miré, luego a mi padre, y
ivio, señal de que estaba interp
go, no por la droga, sino por la traición. Después de unos minutos, me llevé una mano a la frente
ando una preocupación digna de una o
me instó
e incondicionalmente. "¿Alguna vez lamentaron lo que pasó?", solté, antes de poder conte
us ojos, tal vez culpa, pero se extinguió rápidamente. "Por supuesto qu
mentira. Yo simplemente ase
ve, me arrodillé ante el inodoro y me obligué a vomitar, hasta que el té y el veneno salieron de mi
scansaba sobre la mesa de centro. La había preparado el día anterior. Usando una aplicación en mi teléfono desechable, programé un servicio de mensajería prioritario. Las instrucciones er
través de un pequeño camino de acceso, los vi. Ivan, Kiera, Leo y mis padres, en
e de Debi, que decía: "Despegam
steza, solo una paz profunda y vacía. Bloqueé los números de esos farsantes, formateé mi celular y lo
al parque resplandeciente y caminé hacia el ae