ndo largas sombras grises sobre la ciudad. Tal como Bruno había prometido, llegaron dos hombres con discretos trajes oscuros. Eran silenciosos, efici
a mujer que había trabajado en el penthouse durante años y siempre ha
us pertenencias de esta habitación -dij
corazón una piedra entume
breve para ocupar esta suite
que el agua caliente la recorriera, tratando de restregar la suciedad de los últimos ocho años. Se puso un
ió de golpe. Una mujer estaba allí, bañada por la luz de la mañana. Era hermosa, con el mi
versión y desprecio. Entró, mirando alrededor de la habitación como si fuera l
abía elegido porque se parecía a Karina. Había pasado ocho años convirtién
eza. -Damián estaba impaciente por que volviera de Eu
a, con la intención de pasar junto a
timiento cortés, un ges
, su brazo agitándose como si hubiera perdi
arina, cayendo
d del rayo, su rostro una máscara de pánico puro. Pasó corriendo junto a Valer
la esquina afilada de una mesa con cubierta de mármol. El dolor explotó detrás
ue Valeria nunca antes había escuchado, ni siquiera cuando había estado en un
nte y venenosa a Valeria por encima de su hombro-. Creo... creo que Valeria pudo ha
uscamente hacia Valeria, sus o
te con el
lpitante. La injusticia era tan profunda que era
ate. -Su voz f
a, la incredulidad luc
zos como si no pesara nada-. Puedes quedarte en
. Al irse, Karina miró hacia atrás a Valeria. Sus ojos brillaban
asillo hasta una habitación en el extremo más alejado del penthouse. Era un espacio pequeño y sin venta
n que siempre había estado celosa de Vale
ienta, sacando la silla de la habitación-. Y nada de comida ni
frío y viciado. Se deslizó por la pared hasta el suelo, abrazando sus rodillas. El latido en
a. Una vez, durante un apagón, se había puesto casi frenético, y ella le había sostenido la
rida fresca y profunda
r sus mejillas. Lloró en silencio en el frío y la oscuridad, de
ió. Damián estaba allí, recortado contra l
su voz plana-. Vís
piernas estaban débiles por el hambre y e
stido nuevo. -Oh, Valeria, mírate -dijo, su voz llena de falsa simpat
a llegar tarde a la subasta de car
s se adelantaron y levantaron bruscamente a Valeria, quitándole su ropa sencilla y forzándola a ponerse un ve
ía mareada y enferma. Todavía le dolía la cabeza y su estómago era un nudo ap
relucientes y el arte caro que
ra una pieza pequeña y sin pretensiones. U
n rasguño diminuto y único en el broche. Era de su madre. Había sido robado de s
igua vida, de su verdadero yo. Pero no tenía dinero. Damián controlaba cada centavo.
e construida finalmente rompiéndose. Agarró su mang
un susurro desesperado-. Tienes qu
e al otro lado de Damián. -Oh, qué bonito -dijo, su v