a perder el conocimiento. Mi mejor amiga de veinte años, Carla, me mand
llo. "Te amo tanto, tanto, Carla", susurró. Y entonces lo vi. Un tatuaje que nu
el, su sonrisa tan dulce como el veneno. Después de un bocado, mi garganta
enderla. Se interpuso entre nosotras, su rostro era una máscara de furia. "¿Cuál es tu pro
me agarró del brazo, jalándome hacia atrás. "¡Le
erzas, le di una b
a", jadeé. "Y no
ítu
nas podía mantenerse en pie, arrastrando las palabras mientras nuestros amigos lo guiaban a la suite
ncia me invadió. Este no era el hombre con el que acababa de casarme. Era un e
hace veinte años. *Seguro se le pasaron las copas, Ele. Dale un
. Su mensaje, tan práctico, también insinuaba las expectativas de la noc
y con delicadeza convencí a Santiago de que la bebiera. Estaba dócil
quilizó. Su respiración se volvió regular mientras se r
onderle a Carla, agradecerle por ser la
alda, apretándome contra un pecho cálido. Santiago no
ra el susurro amoroso de un nuevo esposo. So
anto, tan
veneno que se esparcía. No había dicho Ele
í, en el lado izquierdo de su pecho, directamente sobre
a y elegant
o sordo en mis oídos. El hombre que me abrazaba, la habitación, el vestido blanco colgado
La 'C' era
La razón por la que su mirada me traspasaba en la recepción, buscando a
os, por lo que pareció una eternidad
a mis extremidades, un pavor h
de nuevo en la
idos y robóticos. Él no se dio cuent
antalla b
je era d