a Valentina. Me enviaba mensajes de texto con órdenes, no con preguntas. "La cena está lista, baja a servirla". "Val
"El señor dice que compre lo que necesite". Como si el dinero pudiera compensar el infierno en el
as adhesivas. La abrí. "Eres hermosa incluso con la nariz roja". Recordé ese día, el fr
aqué de los escombros. Sufrí quemaduras de tercer grado en más de la mitad de mi cuerpo. Morí allí mismo, en sus brazos. Cuando reviví, horas después, él estaba furio
ras. Hice lo mismo con las notas adhesivas. Vi los pequeños trozos de papel caer al cesto de la basura, y sentí com
án me llamó por el
s usado la tarj
o", respondí c
lado. "¿Qué quieres decir
te, no la
esconcertando. La Ximena sumisa y llorosa que él c
incidente del mango, Sebastián irru
Nos vamos al
. Me vestí en silencio y lo seguí hasta el coche. Valentina y
sa dulzura. "Espero que estés lista para tu
ibiendo con todo lujo de detalles sus planes para la habitación del bebé, la ropa que compraría, la v
s doctores descubran tu secreto, podrías ser muy útil. Podríamos... no sé, ¿disecc
ldad explícita. Esperaba que yo reaccionara con horror, con mied
que se neces
esvaneció. Incluso Sebastián me miró por el espejo retrovisor, una arruga de confusión en su fre
viaje, aunque seguía respondiendo a las trivialidades de Valentina, su mirada volvía a mí una y ot
a perdido el control de la si
sa cafetería. Se me antoj
spondió él, pero su
o una tarta de fresas, mi favorita. Recordé cómo solía comprármela cada vez que tenía un mal día. Por un segundo, vi
ero el hecho de que hubiera dudado, de que me hubiera recordado, era una pequeña grieta e
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