la escuela. Para mí, Sofía Morales, maestra de matemáticas de secundaria, significaba el final de meses de arduo trabajo, de noches de desvelo p
ando del silencio que por fin reinaba en mi oficina. Pero la paz
ir a mi oficina, po
o. Dejé mis cosas y caminé por los pasillos vacíos, el eco de mis pasos era el único son
ate, S
ón empezaba a lat
," comenzó, sin mirarme. "Un grupo de
edé h
De qué m
gales," dijo, finalmente volteando a verme. "Y que
r un momento no supe cómo reacciona
sabe que jamás haría algo así. Mi
" dijo, suspirando. "Pero la queja es form
l examen. Había identificado varios temas clave, problemas que estaba segura vendrían en la prueba de matemáticas. organi
por su cuenta los temas que ellas consideraban importantes. Le respondí, insistiendo en que los problemas que veríamos e
ncredulidad dando paso a una fría rabia. "Sus hijos probab
a mano por el cabello,
s alumnos y les pasaste las respuestas, y que como ella no te
e había desvivido por esos chicos, que había sacrificado fines
ción. "Usted tiene los registros, las listas de asistencia. ¡Sabe
a. Se le han unido otros padres. Están furiosos. Dicen que sus hijos se quejaron de q
no parecían importar. Un grupo de padres frustrados, movidos por el egoísmo y la
", pregunté, sintiendo u
o mi mirada. "Deja que las cosas se calmen. No respondas a sus mensajes ni
spuesto a defender a su personal. Salí de su oficina sintiéndome completamente sola, como si el suelo se hubier
ificaciones de un grupo de WhatsApp de padres que ni siquiera sabía que existía. Lo
ifamándome, publicando fotos de un modesto regalo de fin de curso que un alu
Sabía que no podía quedarme de brazos cruzados. Tenía que luchar. Por mi nombre, por mi carrera,