o violento sobre la mesa de centro. Ricardo Navarro miró la pantalla, el nombre de su esposa, Elena, brillab
garganta. Miró el pasillo por donde se habían llevado a sus suegros h
na fuerza descontrolada en el pecho. Uno,
o era de fiesta,
poco molesta, como si la hubiera interrumpido en algo muy impo
rdo, su propia voz sonaba extraña, tens
ntenía alegría, sino fastidio. "¿Es otra de tus tácticas para que no me va
sintiendo una oleada de frío recorrerle la espalda.
ió cortante. "Estoy a punto de abordar con Sebastián. No me
blanca" por la que Elena había perdido la c
necesita tu firma para la ciru
n indiferencia. "Para eso e
arle la voz. "No estamos casados legalmente, E
otro lado de la línea. "Ese es tu pro
Ele
ada ya se ha
cercó a él, con una carpeta en las manos
era profesional pero teñida de ansiedad. "El tiempo se acaba,
a o la muerte de dos personas que lo habían tratado como a un hijo. Tomó la pl
nía cruel considerando todo el dinero y el poder que tenía. Había construido un imperio para darle a E
yoría de las veces saltaba el buzón de voz. Finalmente, e
o! ¡Estoy en el avión! ¡Ya basta! ¿No en
lena," dijo Ricardo, su voz era
s un manipulador. Siempre lo has sido.
vez de forma definitiva. El teléf
ano. El tiempo se estiró, volviéndose denso y pesado. Cad
na expresión de agotamiento y pena en el rostro. El sonido agudo y constante de un mon
acercó lentam
a suave pero las palabras cayeron como piedras. "Lo senti