hospital. El nombre de mi esposa, Elena, brillaba en la pantalla, pero n
uieres, Ricardo? Te dije que no me molestaras, hoy es mi cumpleaños." Le informé, con la voz quebr
petó con indiferencia, e incluso me exigió que firmara por ella la autorización para la cirugía que sus padres necesitaban urgentemente. Se atre
ara en paz y que ya estaba en el avión. Me sentí completamente impote
concentrado todo el tiempo y en las que mi vida se había desvanecido. En el funeral de mis suegros, no podía entender cómo
ortado todo por amor, o por lo que creía que era amor. ¡Qué idiota
e le regalé de fondo en la foto, el mismo que ahora era un amasijo de hierros. En ese