los coches y los gritos de los vendedores ambulantes. Sofía se movía con una rapidez que hipnotizaba, su cuchillo picaba la carne al pastor del trompo con una precisión de cirujan
o, jefa!", gr
sin dejar de moverse, con una s
o te metas conmigo". Su puesto, "Tacos La Revancha", era su orgullo, su fortaleza, el negocio que hab
asaba las tortillas calientes. "Hay un güey de traje que no deja de mirarte, So
ro es un inspector de sanidad. Sírvele un
ó hacia el frente, el cuch
traje no era
jandro
de novia puesto y la fiesta pagada. El mismo que se había largado al extranjero por una "oport
eguía ahí, fresco como una herida mal cerrada. Recordó la vergüenza, las miradas de lástima de los invitados, la cara de decepción
fecto, el reloj en su muñeca brillaba bajo la luz amarillenta del foco del puesto. Pero la
día, ella se hartó y le rompió la nariz de un puñetazo. En lugar de llorar, él se había reído, con la sangre corriéndole
a su puesto, mirándola como si f
u voz más grave que
ella, su voz cortante com
a busc
ría. "¿A buscarme? ¿Después de cuatro años? Se te hiz
ión. Pedro se puso a un lado de Sofía, co
ación", dijo Alejandro, ig
ó Sofía. "Y yo no te vendo
a de una revista de modas. Alta, delgada, con un vestido blanco impecable y unos tacones que costaban más que
omó del brazo con una familiaridad
esco? Te he estado esperando", dijo con una voz melos
avidad pero con firmeza. "Camila, por favor, e
nsistió ella, hac
ió él, con un tono q
e lanzó una mirada asesina a Sofía y se
Sofía, su expresión ahora
avor. Solo ci
quí estoy trabajando, no teng
hasta que hablem
parado toda la noche, porque
ida, cada golpe del cuchillo era un insulto que no le decía en voz al
je caro y su aire de millonario, esperando. Y por primera vez en cuatro años, Sofía si
atendió al último cliente. Cuando ella y
yudarte",
tu ayuda",
coger las sillas, a limpiar las mesas. Pedro
se paró frente a ella de nuev
nte desaparecida. "Fui un cobarde y un idiota. Dejarte fue el peo
ntira, la trampa. Pero solo vio un arrep
cualquier otra
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