o consultorio en la Ciudad de México para cuidar de
ió en mi consultorio improvisado con una furia desatada. Me abofeteó, gritando ac
aron mi consultorio, tirando libros al suelo y rompiendo mi laptop. Luego, con una crueldad calculadora, se ensañó con mis arc
, no satisfecha con la destrucción física, ordenó a sus guardias de seguridad que me
itable. Pero justo entonces, la voz de Miguel, furiosa y atronadora, resonó en la hab
eó: la violencia y la confesión eran solo una alucinación. Isabella no era un monstruo, sino una paciente más, hundida en una psicosis posparto. La justicia que busca