aba sin parar,
a desinfectante. Cada timbrazo era una aguja en mi cabeza. Lo dejé sonar ha
de ella, había sido mi propio padre. Y antes de él, un primo de
s sabido alg
mado? Estamos
, contacta a la embaja
rto de hacía apenas tres días, y miré a la pequeña cuna a mi lado. Mi hija, Luna, dormía con los puñit
después de dar a luz sola. Nadie preguntaba por mí. Todos sus pensamientos, toda su energí
por qué no estaba llorando, gritando, moviendo cielo, mar y tierra para encon
icias mostraban imágenes granuladas de una zona de conflicto en Medio Oriente. Humo, edificios destruidos, gente corrien
ega. Su
que él jurara que era cosa del pasado. Ver su rostro en la pantalla, con un casco y un chaleco antibalas, me confirmó todo lo que
rró él, con la cara
la sala, con las manos en la cabeza. No me miraba. No veía mi vientre de nueve meses
fin, pero con unos ojos que no me veían a mí,
le dije, tratando de mantener la calma. "Soy tu es
ola allá. Nadie la va a buscar si no voy yo", su
, un par de pantalones, su pasaporte. Se movía con una urgencia que nunca
de un calor que me recorrió las piernas. Miré hacia abajo. El piso
a voz que apenas me s
o en el suelo. Vi una fracción de segundo de d
a. O a tu madre. Estarás bien
e la puerta, el dolor
un cuchillo. "Si cruzas esa puerta ahora, no vuelvas. No me busques, no bu
instante, pareció que mis palabras lo habían
ura, lo entenderás to
e f
ncipal abrirse y cerrarse con un golpe seco. El sonido del
teléfono, pero no llamé a mi madre ni a la suya. No quería su lástima ni sus reproches. Busqué en m
ultad. "Necesito que vengas. Estoy
a molestado en mirar. Lo hice todo sola, con el dolor creciendo y un vacío helado instalándose en mi pecho. En ese momento, mientras cronometr