erfaz de 1 estrella hasta los legendarios desarrolladores de IA de 6 estrellas, cada nivel representaba un salto cuántico en prestigio y
trellas, me eligió a mí, una programadora básica cuyo único mérito era ser bonita. Todos
de sus colegas y la falsa compasión de mi hermana. Cuando nació nuestro hijo, un prodigio de 7 estrellas, sentí que por fin hab
o eligió a Estrella, la opción lógica, la que todos esperaban. La unión de un ejecutivo de
je noble como pretendía. Nuestra familia era humilde, trabajadora, sin estrellas ni prestigio. Su talento de 6 estrellas era una anomalía
asó a mi lado. Se detuvo por un segundo,
ra miel envenenada. "Es lo mejor para la famil
ía llorado, se habría sentido traicionada.
or mí, Estrella,"
da se posó en mí, no con malicia, sino con una especie de pragmatismo frío. Yo era la he
o en el salón silencioso. "Dada su habilidad como programadora de
lo recorr
po frágil y su salud precaria lo mantenían alejado del centro de poder de la empresa. Emparejarme con
a misma expresión, una mezcla de lástima y satisfacción. Me estaban desterran
otencial que se escondía en Diego. Y sabía que su "ca