no y sin sentido. Finalmente, llegué a nuestra casa, la que yo creía que era nuestro hogar, y entré. El silen
mos. Abrí el lado de Mateo. Olía a él, una mezcla de su loción
r, sin saber e
nca usaba, encontré una pequeña caja de madera. Nunca la había
había
o y Ana, la m
os en la pla
n Mateo acariciando su vient
én nacido, el pequeño Leo, con una mirada d
un certificado
e: Ana García. P
teo R
ocho. Esto no era un desliz reciente, esto era una vida entera construida sobr
dolor explotar
mis fuerzas. La madera se partió y las fotos se espar
it
dor que salió desde lo má
iendo los pedazos de l
asta que mi garganta estuvo en carne viva
o del desastre cuando oí l
ariño, está
alsamente alegre, como
n el suelo, rodeada de las pruebas de su traición. El pán
forzar una expresi
¿Por qué estás en e
uno de mis treinta y dos años. Lo miré fijamente,
e en la ca
nco, pero resonó en el s
u hijo,
o podía. El silencio se extendió entre nosotr
oz finalmente quebrándose. "¿Ocho a
je de negocios? ¿Cada promesa de un futuro
allí, mirándome como un cr
el hombre al que amaba nunc