uerdo físico de mi muerte. Abrí los ojos, la lujosa decoración de mi habitación en la hacienda
a vu
al día que lo
apuñalaba, acusándome de arruinar su felicidad. Recordé a Isabella, mi hermana adoptiva, con su falsa expresión de angustia mientras yo me d
or amb
prestigiosa de México, una joven con un talento natural para la escaramuza y el manejo de la soga. Mi compromiso
ió el incidente en
ó, rompiendo la barrera y embistiendo hacia el palco presidencial. Sin pensarlo dos veces, espo
gravemente herida, postrad
padre, que siempre había sido un charro mediocre, fue nombrado presidente de la Federación Mexicana de Charrería. A Ricardo, mi
icio había valido la
lla, a quien mis padres acogieron de un orfanato y a quien yo s
ajes, mi nombre. Con la ayuda de mis padres, que la promocionaron como la "heredera que contin
se det
edaría lisiada, que ella era la mujer fuerte y saludable que él necesitaba a su l
los encontré anunciando su compromiso. Mis padres estaban a
ción fue tan absoluta que me rompió. Aun así, no me rendí. El día de su boda, inte
mización. Corrió hacia el balcón y amenazó con suicidars
na tr
mada Isabella "en peligro" por mi culpa. La ira lo cegó. Sacó una
e mi felici
de fiestas, viendo cómo mis
vuelta. En mi cuarto. El mismo
ariachi, el aplauso del público, el relincho de los caballos. Era e
salía galopando hacia la arena, orgullosa, lis
z, no m
irtió en un grito de pánico. Escuché el estruendo de madera rompiéndose y e
rito de la
de Is
empujado a ella a tomar mi lugar en la exhibición, ansiosos
en mi rostro. El destino tení
misma Sofía de dieciocho años me devolvió la mirada, pero sus ojos ya no tenían la inocen
sacrificio. No hab
, habría
odos ustedes me quitaron todo. Me
vuelto del
pagar. A todos y c