Cada insulto, cada burla, era como una piedra lanzada a un pozo profundo, su eco se perdía en la
l pecho. "Ya que todos han dejado clara su po
ró a cada uno de los empresarios sentados a la me
y fingiré que esta conversación nunca ocurrió. O pueden quedarse aquí, al lado de este par," dijo señalando a Ricar
ndo del "mantenido", que provocó una nueva oleada de
ó el empresario gordo. "¿Qué nos vas a
endía a Rodrigo. "Este payaso solo está ladrando porque
onrió l
ues a un libro por su portada' . Deberían reflexi
r más a Ricardo. Sentía que Diego se estab
o. "¿No lo entiendes? ¡Se acabó! ¡Sofía te va a dejar! Ya hasta tiene los papeles del
mo un arma para herirlo frente a extraños. Miró a los otros hombres. Vio en sus ojos la fría indiferencia del oportunista, la satisfacción de ver a alguien
masiado discreto, demasiado paciente. Su decisión de vivir una vida sencilla y alejada de los reflectores, de ocultar su verdadero li
baja, asintiendo lentamente.
. Su voz era suave como la seda, pero con la dureza del acero debajo. "Pero antes
añejo, de las más caras de la
ra," ordenó Rodrigo. "Tú solo. Y
amos, Dieguito. Un traguito pa
roma, era una amenaza. Sabían que no
Diego, su voz plana. "Un solo tr
importó. Su so
uy mala," dijo con frialdad. "Nadie se va de aquí hasta que
ción verbal a la amenaza física directa.
buscara a alguien en la sala que no estaba allí. Su voz se proyectó
me," dijo, refiriéndose a Rodrigo, "debería tener las agallas de presentarse. ¿O es que el g
a de calma de Rodrigo Garza se resquebrajó, y