ro para Lina, un ritual que ella amaba. Era mi acto de devoción, un recordatorio de cómo h
io, Flynn, llenó el silencio: "Lina, ¿tamb
iva, un sonido helado que n
que no. Él es solo un perrito faldero que tengo a mi
mis dedos. El aroma del tabaco, antes sinón
espués de que soportara su desprecio, de que aceptara su falso "a
a domesticado, que su
onaba en mis oídos y la joya de la abuela volaba por el balcón, yo
ababa de empezar, y yo i