ormances eran cada vez más extrañas. La última vez, se colgó boca abajo de
fí
Buenos Aires lo llamaba una "leyenda
s, no lo veía así. Ella era una influyente
mesa: lealtad absoluta. Ambos veníamos de familias rotas por la infidelidad. Odiábamos la traición más que nada en el mundo. Nues
r de diamantes que ella quería desde hacía meses. F
errada. Extraño. Us
na cortina negra cubría la sala trasera.
ra un puñado de críticos y coleccionistas. Y en el centro d
a hiperrealista
galé en nuestro primer aniversario, colocado estratégicamente sobre su pelvis.
oleada d
e los críticos más famosos de la
rri tiene un don para captu
artista
rás de la cortina. Mi sorpresa se
a sala con una sonrisa radiante.
no
su voz llena de orgullo. "Es l
lla de su réplica de yeso con una de
mi esc
iraron hacia mí. El si
Sofía, su sonri
ua, luego la miré a ella. Ella n
amor", dijo en voz
hueca. "¿Desde cuándo
ir de fotos, de la observac
irse entre nosotros. Me di la vuelta y me fui. Cerré la puerta de la galería detrás
eo, e
tentó hablar, pero yo no podía escucharla. Fui a mi e
o. Un par de ojos. Los ojos de Sofía. Pintados con una intensidad fe
e
gado en nuestro e
al horrible en una pared de San Telmo. Ella se detuvo. "Hay algo e
sa, en mi estudio, en la forma desnud
ropiedad que firmamos. Lo había redactado un abogado, pero yo insistí en una cláusula. Una cláusul
áusul
s partes, la propiedad total e indiscutible del inmueble co
a. "Tú y yo, Mateo, somos a prueba de esto. Sa
un sabor ama
ecta. Mi rival más feroz, pero la única person
ina Mo
dos v
voz era cortan
a. Soy Ma
debo el honor? ¿Te quedaste si
su sa
vor. Necesito que encuentres
dor para qu
El F