l pueblo, y yo, la pastelera, habíamos sido la pareja perfecta, un ensueño andaluz. Pero esa noche, su teléfono vibró en el mostrador, boca abajo
idí pasar la noche en la casa de mi abuela, un refugio solitario. "Claro, cariño. Tómate tu tiempo", dijo Javi
a mí, riendo, bebiendo, y besando a varios hombres casados del pueblo. Se había vuelto viral. Javier, sin dudarlo, me colgó: "Se acabó. No quiero volver a verte. Para mí, estás muerta". Mi mundo se derrum
rio de la casa rural, un viejo enemigo de mi padre, presentó un registro con mi firma. Y luego, el golpe final: el ADN encontrado en la habitaci
actual", dije, una oleada de adrenalina barriendo mi desesperación. "Hace un año, una quemadura en mi mano derecha cambió mi forma de firmar. Solo mi banco y yo lo sabemos". Esta í