humo me
calor abrasador en mi piel, el crujido de la madera de la mans
adoptiva, con los ojos llenos
mientras el fuego nos rodeaba, su
vi
a. Estaba en mi habitación, en nuestra mansión de Madrid. El aire
mesilla. Era la noche de la fie
ofía. Estaba tropezando en el pasil
co de un recuerdo que aún no había sucedido. La e
¿estás
abitación, la cuidé toda la noche. Ella lloró
vez fue
con una frialdad que me heló la sangre. No había co
uscar a
petición, f
puede ayudarme aho
Recordaba todo. Y en lugar de ver la verdad, estaba dec
?", insistió
n razón. Pero el amor que sentía por ella se había convertido en
n decir u
l becario ambicioso, estaba allí, hablando con uno de los camareros, su m
sus halagos excesivos. "Carmen, cada día estás más radiante". Mi madre, una mujer buena y algo ingenua, sonreía, sin ver el
él, mi expr
sita. Está en
lestó en ocultar. Pasó a mi lado sin darme las gra
rando el aire fresco de la noche. Esta vez,
de que nunca pudieran h