sto el vestido negro con la abertura lateral y los tacones de aguja que él
te abrazaba mis curvas. Y mi cabello, suelto en ondas suaves, me hacía sentir una versió
g-d
rado. El corazón en la garganta.
orbata delgada, mirada fija en mí.
ró-. Sorprendent
e me asusta -respondí c
che no hay marg
mí o
a lo
ja se extendía desde la entrada. Luces, cámaras, flashes. Era otro m
uto, Leandro s
señorit
ra esto, s
de su brazo mientras avanzábamos. Su cuerpo irradiaba autoridad. Dominio. Era
es tenues, música instrumental y demasiadas
ntes de cruzar las
jo de pronto
erd
tas. No tengo ca
recordando el archivo
erde. A su lado, Isabella Bruni, viuda, maneja acciones en bienes raíces. A
una peq
na joya
a noche estarán los inversionistas de Orlan
ento a whisky bara
na sonrisa-. Pero también estará su hija, la que
dro
sta para ir al baño. Perfecto.
. Ella tiene veinte años menos y la costumbre
-preguntó sin mirarme, pero con
tiras un mal
as de cristal colgando como racimos de estrellas, mesas redondas con mant
os-. Te va a hablar del petróleo en Bolivia. Di qu
na en est
esentó como su mano derecha. Algunos hombres me miraron c
ida, hasta que llegó el mom
armas. Cuchillos a la derecha, tres tipos de
, se inclinó apenas hacia
haz lo q
grave lo que me hizo estremecer. Pero asentí. Lo obs
necesitaba. Pero lo que realmente me descolocó fue cómo Leandro me
moderno, Leandro se levantó de su asiento. Se acercó a mí,
a con
buena
s, pero igu
a invisible. Todo en él era dominio. Todo e
do me giró hacia él, sus dedos se cerraron en mi cintura con decisión. Me a
que odia estas cosas -le dije
lguien que d
ue no supi
el baile o...
os. No le daría
noche, Iskra -susur
erás a ignorarm
e deje tan marcada qu
el salón parecía haberse comp
tenert
and
entirte.
unta. Fue un
ía cada vez que él me hablaba as
Largo.
la maldit
son
izo, supe que
lo su mano en mi pierna, su mirada fija en la mía
llegar a su departamento -un ático con vista a la ciudad, paredes
stido brillando bajo la luz tenue. Él me o
tenga -dijo, ca
y a ha
nces m
ó la mía con hambre. Su lengua pidió permiso y lo obtuvo sin resist
as, susurros y piel encendida, las palabras desaparecieron. No éramos jefe y asistente
e la ciudad, me dejé llevar. Sin
nos