Dónde dia
viera. Bajó del coche sólo hasta llegar a una posada. No era lujosa, pero ahí nadie le conocía. El dolor era intenso, la doctora le había dado algunos analgésicos y eso le había calmado momentáneam
o permanentes. El líder de la mafia escudriñó el sitio con recelo, no necesitaba lujos, al cont
ero por lo pronto es
r de llaves que mar
so. ¿Puede llegar hasta ahí? No tene
bvio que ese hombre era problemas, pero
todo, en un rato debe llegar un hombre, es
a era una mujer pr
r el dolor tan intenso. Entró en la habitación y antes que nada revisó que todo estuviera bien. Esa era una costu
a sentarse para nuevamente llamar a su hermano.
ueden matarme y este
o y marcó a su
lamadas. El guardaespaldas guardó silencio
Alessandro. Él,
Qu
uanto Spencer supiera que el que había huido con
información, de saberlo ya habrían comenzado una guerra. Entonces tenía que ser más lis
n el mundo tenía que enamorarse de la novia de su enemigo
a locura, era la peor idea del mundo, pero iría a hablar personalmente con Ian Spencer para llegar
o. Entonces tomó nuevamente sus llaves para dirigirse hasta la mansión, aunque
ue tenía, pero que jamás había usado
vivo? Me
que a nada en el mundo y escuchar
ino a tu casa
a negar el hecho de que su hermano hubiese escapado con Francesca. No dió oportuni
a sentir la tensión en su espalda mientras pensaba en las consecuencias de cada paso que daba. Ian Spencer era un hombre caprichoso, acostumbrado a cons
uros. Su relación con Spencer no era precisamente amigable, pero algo en su int
s sus pensamientos se volvían más agudos. Si había algo que odiaba más que cualquier otra cosa era tener que recurrir a una alianza con alguien como Ian, pero esa era la jugada. La guerra abierta no era alg
rarse en lugares bien resguardados. No había forma de que lo detuvieran, pero su mente seguía dando vueltas, preguntándose qué diablo estaba haciendo. ¿De verdad estaba dis
ieron. No era necesario un saludo. Simplemente, lo
entar los capos de la mafia italianos no se comparaba con nada que él hubiera conocido. Pero no era e
o esperaba en su oficina, detrás de un escritorio de madera oscura, con una copa de whisky
eguntó Ian con tono de provocación, com
sandro, con firmeza. No tenía
an, pero pronto se acomodó en su silla, evaluando
de ofrecer la alianza que tanto tiempo había estado esperando, algo que ni Ian ni él se habían atrevido a propon
capí