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El cuento muy bien conocido de cierta princesa que renunció a su cola por amor, pudo haber tenido otra versión. Una adaptada y moldeada para los placeres de ahora mujeres que abandonaron la infancia, pero siguen soñando. Nunca pudo existir versión más placentera y perversa...
Existen unas conocidas palabras que tienden a tentar la cordura y la moral de las personas, ¿Por qué aquello que no podemos tener o no debemos tocar, nos resulta tan atractivo y tentador? Lo prohibido tiende a inspirar más nuestras acciones e ideas sobre cierto prospecto al que la vida y el sentido de la razón, muchas veces ya nos dijo "no".
Entre lo correcto y placeres culposos solo hay un paso de diferencia que separa dos completas controversias y yo, yazco en media de ambas, siendo obligada y tentada. Mi boca puede llegar a ser una completa mentirosa, pero no mi corazón y si todos pudieran oír el corazón de otros, estoy segura de que seriamos gloriosamente condenados a verdades que no complacen, porque la realidad no siempre satisface y una mentira nunca pudo sentirse tan bien, pero su doloroso precio corrompe.
La ignorancia debate ser un medio para sobrevivir, porque lo nuevo siempre trae problemas y en mi mundo, el exterior es una existencia desconocida para mí. Más allá de la superficie alberga mi mayor deseo y principal razón de mi ceguedad que ha nublado por completo mi moral.
Un impulso era lo que hacía falta para darle rienda a mi espíritu que nunca está conforme y siempre quiere más y más. Vivo atada de la cola a esta profundidad de la que nunca he sido libre y yo siempre me he preguntado ¿Qué es lo que se siente volar sobre aquello que llaman cielo? ¿Y que es exactamente lo que se siente tocar la tierra?
Tantas cosas que no he de apreciar, tantos días que pierdo de mí no tan larga vida obligada a conformarme con lo que ya tengo. Él siempre quiere decirme que hacer, jamás ha escuchado ninguna de mis palabras, porque todo está mal, yo, estoy mal, pero ¿Qué tiene de malo querer conocer cosas nuevas?
¿Quién dice que no hay nada bueno más allá del portal que a todos los míos les da miedo cruzar? He sido una espectadora bajo la oscuridad que muy pocas veces logro salir a la luz y saciar su curiosidad, me di cuenta, que en la tierra no habitaban criaturas malvadas como mi procreador lo declaro, seres que portaban armas y mataban a nuestros hermanos.
Esas advertencias no me detuvieron y seguí observándolos a distancia, algunos hablaban en lenguas que no entendía y eran muy diversas, otros tenían pieles oscuras y aperladas, pero al final, todos ellos compartían los mismos rasgos e incluso esas raras extremidades que colgaban sobre sus caderas.
Se movían de forma extraña y canturreaban con extraños objetos más ruidosos que las gaviotas. Lo más hermoso que portaban en sus cuerpos, eran una clase de rara vestimenta que cubría gran parte de sus pieles e incluso esas raras extremidades que son su medio de transporte al igual que los barcos en los que flotaban.
El hombre no me pareció una criatura malvada como papa lo dijo, no tenían colmillos como los tiburones, ni garras afiladas y fuertes como los cangrejos con sus tenazas. ¿Qué eran ellos exactamente?
Pude conocer su vulnerabilidad cuando esa noche volví a subir a mirarlos viajar en esa enorme cosa café del tamaño de una ballena azul y de nuevo tocaban esa música ruidosa, también reían, se les notaba felices haciendo esos movimientos que consistían en saltos y más saltos. ¿eran esas cosas raras que alguna vez los escuche nombrar "piernas", los que les permitía saltar y moverse de esa manera tan escandalosa?
Su música era extraña, no tan tranquila como la que nosotros poseemos como las olas tranquilas en medio de la noche o el coral en constante movimiento a su voluntad. Ellos realmente eran diferentes a nosotros, pero toda esa diversión se apagó cuando los cielos rugieron y las mareas embravecieron.
Una catástrofe se desato en ellos y su barco se estrelló contra las rocas, me dispuse a huir, hasta aquellos gritos pidiendo ayuda, su voz me traspaso como la brisa en los atardeceres y su cuerpo herido desprendía un líquido rojizo que llamaría la atención de los tiburones que rondaban en su territorio.
De nuevo se hizo sonar su grito de desespero y cometí el más grande error que rompió el propio limite que yo misma me puse para mantener un control. Me acerque al hombre que no lograba mantenerse flotando, se hundía en el mar y se ahogaba destilando agua por la boca. Cada vez se ralentizaban sus movimientos, hasta que por fin se hundió en mi mundo y comenzó a caer.
Si, quizá no debí hacerlo, no debí sostener su fría y dura mano para evitar que siguiera hundiéndose y tampoco debí haberlo llevado a su superficie para que tomara el aire que parecía ser algo vital para ellos.
Me alejé con su pesado cuerpo ya que los tiburones comenzaban a verse atraídos por la tragedia y lo sostuve con miedo, aunque sus ojos permanecían cerrados y sus extremidades inertes.
Tanto tiempo que pase observándolos, me llego a saber de donde provenían, lo nombraban tierra firme, su hogar y me tomo toda la noche llevarlo hacia allí. Luche contra su necesidad de respirar y su tamaño superior al mío, sobre todo me vi expuesta a la luz. Todo lo que estaba haciendo, estaba mal y quizá me lo tenía merecido.
Solo cuando toque la arena a duras penas y logre arrastrar su cuerpo lejos de la profundidad del agua, me permití ver su rostro. Aún tenía los ojos cerrados, pero sus labios entre abiertos y en mi pecho se acumuló una extraña sensación al tener a un humano tan cerca mío. Una parte de esa sensación, era miedo y la otra, inexplicable.
Poseía un cuerpo grande con esas ropas rotas, su cabello cubierto de granos de arena, se confundía con sus mechones dorados como los rayos del sol y su pecho desnudo subía y bajaba con lentitud. Aunque parecía completamente dormido, me vi cautivada por su belleza, este hombre era hermoso y mi corazón galopo contemplándolo en su vulnerabilidad.
Musitaba cosas inaudibles y rosé sus labios rosáceos como los míos, solo tan de cerca me permití compararme con él, extendí nuestras manos y aunque las suyas eran más grandes que las mías, al final eran iguales. Su pecho era plano, pero era normal porque es un hombre y lo que me devolvió a mi descabellada realidad, fue mirar hacia abajo. El poseía solo una cosa que yo jamás tendría y me vi obligada a huir cuando comenzó a moverse de nuevo y esa mañana, fue la última vez que lo vi, pero su rostro y su voz se quedó grabada en mi pecho.
-Nuestro amor nos llevará a terminar como Romeo y Julieta. - ¿Juntos? - ¡No! Muertos. -Tú siempre tan romántica. -Y tú, tan estúpido. -Ya hablo doña perfecta. -Aunque te cueste reconocerlo, así que no pienso seguir perdiendo mi tiempo contigo. Me retiro antes de que se me pegue lo malo, con permiso joven Sanz. -Hasta nunca B-R-U-J-A fea. Espero que choques en tu escoba voladora y te destroces el rostro para no volverte a ver la cara de mustia amargada que tienes. -Qué tus buenos deseos se te multipliquen insecto -grito la chica al salir corriendo de la casa para tratar de llegar lo más pronto a la parada y alcanzar el último autobús que la llevaría de regreso a la Universidad de Barcelona, donde estudiaba. Esto era tan solo una pequeña pelea a la que se tenía que enfrentar cada vez que se encontraban en la residencia de la familia Sanz o donde coincidieran, en donde había sido contratada como niñera del menor de los hijos de la familia. - ¿Podrás algún día dejar tranquila a "Mi Vale"? Sigue por ese camino y me voy a asegurar que papá te quite todas las tarjetas, congelé todas tus cuentas y de pasada te ponga a trabajar para que dejes de estar molestando a mi chica. - ¡Mocoso! Nadie pregunto tu opinión, ¡Cuidado y abres la boca o me desquitaré contigo! Deberías de estar de mi lado y no de un espantapájaros como ese que no es parte de tu familia y a duras penas conoces. -Mira, quien habla, el chico más estúpido que puede existir en toda la ciudad, si no fuera por tu cara bonita, nadie se fijaría en ti. Te aseguro que en esa cabeza no hay ni gota de masa encefálica de la cual puedas presumir como ella. - ¡Basta! Lárgate a tú cuarto o voy a acabar contigo en menos de un segundo. - ¡Huy! Ya se enojó el niño bonito. Te estaré vigilando, no vuelvas a molestar a Vale. Si ella se marcha por tu culpa, me aseguraré de cumplir todo lo que te he dicho y sabes que no bromeo HER-MA-NI-TO. ¿Quién se atrevía a desafiarlo de esa manera? ¡Claro!, otro Sanz, uno que por lo menos conocía el amor y respeto a las personas sin importar su clase social o personalidad. Para este chico todas las personas eran iguales, hasta que demostraran lo contrario.
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