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Carlos no conoce la libertad. Ha sido siempre el chico perfecto que vive en el seno de una familia religiosa y ejemplar. Pero su vida cambia por completo cuando termina el bachillerato y es enviado como estudiante de intercambio a Holanda. Su familia de acogida le ayudará a conocer un mundo totalmente nuevo para él. Deseos. Pasión. Libertinaje. Se verá envuelto en una montaña rusa de nuevas emociones que pondrán a prueba las virtudes que le inculcaron sus padres. ¿Seguirá siendo un buen chico o se dejará llevar por sus impulsos más primitivos que lo incitan a pecar? A veces, caer de lleno en la tentación es la única vía para librarse de ella, y Carlos está a punto de descubrirlo...
Hola, me llamo Carlos. En el año 1970 tenía yo 18 años y un verano mis padres me enviaron a estudiar un mes a Holanda. Acababa de terminar el bachillerato en un colegio privado, por lo que mis conocimientos del idioma eran altos. Allí me esperaba una familia de acogida. El año siguiente estudiaría Arquitectura en la Universidad.
Yo era hijo de una familia conocida, seria y católica. Por ejemplo, en aquella época y en Semana Santa, recorríamos rezando por diferentes iglesias del pueblo las quince estaciones del Vía Crucis y todas las tardes en casa, bien dirigidos por un fraile que venía a rezarlo con nosotros y a llenarse de magdalenas con el café con leche. Íbamos a misa todos los domingos y, claro, a la misa del Gallo en Nochebuena.
Cuento todo esto para establecer cuál era mi implicación con el tema sexual. Todo lo sexual estaba mal visto, ya te tocaras tú o tocaras a otra. Nada de nada, hasta casarse.
Mi experiencia antes de dicho viaje era más bien escasa, fruto del desconocimiento que teníamos del cuerpo de la mujer y de la comedura de coco sobre los pecados de la carne, y no precisamente la de ternera. Aunque la educación en un colegio extranjero era algo menos estricta, la que teníamos en casa era muy rígida.
Todavía no me había acostado con ninguna chica; solo me había enredado con algunas compañeras del colegio y le había conseguido meterle mano a un par de ellas, tocándoles el coño y haciéndola llegar a una de ellas a un breve orgasmo. Esa, incluso, me había hecho una paja después, con la consabida confesión posterior.
Yo me dedicaba a estudiar y al deporte. Jugaba baloncesto en el colegio y al tenis. Por lo tanto, estaba bastante en forma, estaba de buen ver.
Había un acuerdo entre mi escuela y el Colegio Mayor de Leiden. Buscaron familias de acogida allí y me mandaron a pasar un verano a una de esas casas seleccionadas por la escuela, sin analizar nada, excepto la edad y evitando que hubiese un joven del otro sexo y con la misma edad.
Mi familia de acogida, los Weber, la componían el matrimonio de Ada, de 33 años, y Otto, de 36 años, y dos hijos de 8 y 12 años, Theo y Michael. La esposa era más bien fea, con poca gracia, pero rubia, delgada y alta. Él era calvo y trabajaba en la ferroviaria, y era medio profesional del bádminton, le gustaba entrenar de noche.
El viaje empezó con un vuelo a Ámsterdam. Luego fuimos recorriendo diversas ciudades hasta llegar a Leiden, durmiendo en albergues juveniles, de los que había uno en cada ciudad y que eran muy baratos y estaban muy bien. Creo que aún existen. Llegamos un jueves por la tarde
Tenían un Volkswagen escarabajo negro, pero le pidieron a una amiga suya que los llevase a recogerme en su BMW. Esa amiga era rubia, delgada y alta, Frau Emma Meyer, y estaba casada con un perfecto animal, Karl Meyer. Debía tener unos 34 años y tenía una hija, Marie, acabando la pubertad, también rubia y muy hermosa, aunque claro, como decía mi madre, si a esa edad no estas hermosa, no sé cuándo lo piensas estar.
Como decía, los Weber y Emma me recogieron al bajar del bus y me llevaron a su casa, en una zona periférica de Leiden. Yo iba a compartir dormitorio con sus dos hijos, ya que la casa solo tenía dos dormitorios. Tenía, además, un salón, una cocina con una rinconera donde hacían la mayor parte de la vida diaria y un solo baño, sin ducha, solo con bañera.
Noté que la pared no estaba alicatada, por lo que era casi imposible ducharse. Allí se bañaban. Cené en la cocina una serie de rebanadas de pan de centeno con diferentes embutidos y un vaso de leche. Estaba cansado y me fui a dormir. Los hijos también, porque tenían clase en el colegio al día siguiente.
Ese viernes yo aún no tenía clase y cuando me desperté estaba sola la madre, ya que el padre se había llevado a los hijos al colegio. Me puso el desayuno y me comentó que luego pasaría la señora Meyer a recogernos para dar una vuelta en coche, enseñarme los alrededores y la ruta que tenía que seguir en tranvía diariamente hasta el colegio, que estaba en el centro.
Una hora después apareció la rubia, bastante despampanante con un mono completo semitransparente, que dejaba entrever la braga y que no llevaba sujetador, aunque no le hacía falta porque el pecho no lo tenía muy grande. Nos fuimos en el BMW siguiendo la ruta del tranvía hasta la ciudad.
Yo no hacía más que mirar a la señora Meyer e imaginarme tocar esas tetas que se transparentaban a través del vestido, sobre todo con el sol de fondo. Luego fuimos a un chiringuito de la estación de tren a comer unas salchichas asadas, con patatas fritas. Se unió el padre, porque trabajaba allí en la estación. De toda Holanda, creo que las salchichas de la estación de Leiden son las mejores que he comido.
Luego volvimos a casa y me pase la tarde hablando con ellos en la cocina y viendo la televisión. Me comentaron que, al día siguiente sábado, ellos solían ir a bañarse a unos de los muchos lagos que rodeaban la ciudad. Era una de las costumbres de la familia pasar el día allí donde se juntaban con todos sus amigos.
Evidentemente yo iría con ellos y así nos fuimos al día siguiente a un lago cerca. La verdad es que en el escarabajo íbamos muy apretados, porque no tenía casi maletero e íbamos con las cosas y sillas de playa encima. Al llegar, me dicen:
-Carlos, nosotros practicamos nudismo, tú puedes hacer lo que quieras. No es obligatorio desnudarse, hay gente vestida y gente desnuda.
Una gran parte de esos lagos que rodean la ciudad de Leiden son nudistas. Para un joven de principios de los años 70, proveniente del tipo de familia como de la que yo provenía, asistir al espectáculo (nunca mejor dicho lo de culo) de toda aquella gente en pelotas, jugando al futbol o al vóley, moviendo todo, y tumbados al sol con las piernas abiertas para conseguir bonitos bronceados integrales, resultaba realmente novedoso y excitante. Además, se juntaban otras familias, con mamás espectaculares y con hijas jóvenes y adolescentes, la mayoría con el pubis precioso y rubito.
-Yo aún no me lo quito -dije, pero rápidamente me tumbé boca abajo, porque empezaba a tener una erección considerable.
No calculé bien la orientación de la toalla al tumbarme, porque justo enfrente mío, a dos metros se habían colocado la amiga, Emma, y su hija Marie. La visión de Emma y su hija, tumbadas frente a mí y enseñando todo el conejo mientras tomaban el sol me fue abriendo un horizonte que yo no imaginaba que existiera. El marido de Emma, Karl, no había venido porque trabajaba ese día.
Me fije bien porque era la primera vez que yo veía un coño adulto, y encima con esa libertad. Emma tenía el coño rubio, con el pelo rubio rizado y recortado formando un triángulo perfecto en la parte del monte de venus y con el resto de los labios externos totalmente depilados.
Como estaba tumbada con las piernas bien abiertas para que le diera el sol, se le veían sobresalir bastante los labios menores, con pliegues rosados y rugosos, que eran bastante grandes, siendo el derecho más grande que el izquierdo. El coño de Emma era de un color un poco más oscuro que el resto de la piel, que estaba totalmente tostada por el sol.
En un momento dado se rascó con la mano, y pude ver en la parte superior de esos labios como sobresalía ligeramente el clítoris. Si ese coño estaba así de voluminoso en reposo, no me imaginaba cómo estaría en pleno acto cuando empezase a hincharse.
En la parte inferior podía verle el ojo del culo, formado por un montón de pliegues en forma de estrella con un centro bastante grande, por lo que supuse que su marido se la debía meter también por ahí. Ahora sin ropa se veían bien sus tetas, no muy grandes y en forma de pera y con unas areolas y pezones grandes, que cubrían casi la mitad de la teta.
Por otra parte, Marie estaba mucho menos desarrollada. Los pechos eran pequeños, con areolas y pezones pequeñitos. Ella no tenía los labios mayores depilados, portando un montón de pelitos rubios ensortijados que le bajaban por los lados hasta casi el comienzo del culo. Como no se ponían biquini, no necesitaban depilarse para evitar que le salieran los pelillos, pensé.
En la parte del monte de venus sí tenía los pelos recortados formando una tira rectangular vertical de unos 4 centímetros de ancho, lo que hacía que me fijara en esa parte cuando estaba de pie. Los labios mayores envolvían casi por completo a los menores, que no sobresalían casi nada. Aun así, se vislumbraba desde mi posición una tirita rosadita de labios interiores, con algún pliegue.
-Cómo me gustaría poder meter el dedito ahí para investigar cómo es por dentro -pensé para mí, y me di cuenta de que tenía un empalme de cuidado. Tendría que cambiar de pensamientos si pensaba ponerme de pie en algún momento ese día.
Finalmente, a mi izquierda, Ada, la madre de la familia, tenía un coño más grande, al igual que sus pechos, con areolas grandes y pezones marcados. Su pelo no estaba recortado y portaba una buena cabellera genital, aunque algo menos rubia. Los labios mayores eran de un color más oscuro que el resto del cuerpo. También le sobresalían los labios mayores y de pronto descubrí que le salía un hilito blanco entre los labios.
Debía ser el Tampax y debía tener la regla. En mi tierra en aquella época las chicas y señoras no se bañaban y bajaban vestidas a la playa cuando estaban "malas". Qué diferencia de culturas.
Luego me fije en Otto. Tenía un pene realmente grande. No había visto nunca uno igual, pero claro, solo había visto a mis compañeros en las duchas del colegio y, alguna vez, a algún socio en las duchas del club de tenis. No iba depilado y tenía el pelo moreno. Era gorda, como de unos 4 centímetros de diámetro y algo menos de 20 de largo, estando en reposo. El pene se le balanceaba cuando jugaba al Vóley, y más cuando saltaba a rematar el balón. Estaba totalmente relajado, estaba claro que era cuestión de costumbre.
Me costó un buen rato pensar en otra cosa para que se me bajase la erección. Me llamaron para jugar al vóley y les dije que más tarde. No conseguía decidirme a quedarme en pelotas, por dos motivos: uno, por vergüenza y otro, principalmente, por falta de confianza en que lograse mantener mi verga en reposo ante todas esas mujeres y excitaciones.
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