La ira y la frustración generalmente son emociones desbordantes y confusas, entendemos todo mal y actuamos de manera precipitada, no razonamos y cometemos más de un error. Pero en mi caso todo era lo contrario. Actuaba de manera sutil, y todo en mi traspiraba tranquilidad y serenidad mientras observaba a mi padre morir y agonizar lentamente en su lecho.
Me prohibieron acercarme a él en las últimas semanas, al parecer había perdido la memoria, y todos mis tíos y tías temían que al verme trajera recuerdos a su mente. Su plan era quedarse con su herencia, ya que soy una chica huérfana que fue adoptada, al parecer mi madre era infértil y no podían tener hijos, y así fue como a la edad de 7 años llegue a esa familia.
Al no tener los lazos de sangre, mi familia (si es que se puede llamar como tal) creían que no era digna, para recibir la empresa familiar, de la cual mi padre se hacía cargo. Solo pude acercarme al él, en sus últimos suspiros. Deseaba tocarle la mano, pero solo me permitieron quedarme en la puerta.
Con sus últimas fuerzas, giro la cabeza en mi dirección, mis ojos estaban levemente empañados, pero no me iba a permitir que mi padre me viera llorar. Sus ojos almendrados me miraron fijamente.
- Estrellita, te espere en los últimos días, pero no viniste a mí, me alegro verte ahora, ya me puedo ir junto con tu madre, recuerda todo lo que tu madre y yo te enseñamos, tienes que ser feliz... promételo.
Quería responder, pero un nudo en mi garganta me lo impedía, solo pude asentir, mientras una lagrima se desplaza por mi mejilla.
- Recuerda que todo lo hice fue por bien, por favor no me odies.
Y sin más, mi padre murió y nuevamente quede huérfana.