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Sinopsis No todos somos iguales ni pensamos igual ante las mismas situaciones o bajo las mismas circunstancias. Zafiro se creía jaula, por ello, pensó dejar ir el ave... El ave pensó volar y regresar antes de que ella volviese a abrir los ojos, pero en un inicio todo fracasó... Bian conquistó logros en su viaje pero nunca sintió más deseos de volver a la jaula que en ese entonces que decidió alzar a volar. ¿Puede un amor terminar para siempre? ¿Es el amor un río subterráneo que aguarda el momento indicado para renacer en la superficie? ¿Acaso somos dueños del destino? ¿Podemos cambiar por alguien que se va? ¿El amor persiste más allá de la distancia y el tiempo? La respuesta es la clave de esta historia o el comienzo de ella...
Despedida dolorosa.
-Terminemos de manera amistosa.- sentencié con el alma flotando y temiendo dejar entrever mi incertidumbre.
-¿Sólo por viajar por un mes...?- Bian me interrogó, casi implorando que recapacitara.
Ya decidí y me quedaré ahí hasta el fin.
-Sé perfectamente que no vas solo por un mes.-aclaré con seguridad.
-¿Por qué dices eso?
-Por tu trabajo,... por tu familia, por tu responsabilidad, por el tiempo y por tu rostro. ¿Quieres más razones? -enumeré con pesar.
-¿Por mi rostro? -¿En serio? de todo lo que dije ¿solo se quedó con esas tres palabras? Sonreí involuntariamente.
- Es mirar tus ojos y comprender... Que tu actitud te delata. -el dolor incrementaba a cada segundo, mas como una guerrera resistiré hasta el desenlace.
-¿Estás decidida a cortar con nuestra conexión de dos años de solidez y planes de futuro? -dijo él, con un nudo en la garganta asentí.
Suspiré y el nudo se disipó un poco.
- Eres un ave que tiene las alas desplegadas y a la cual le he abierto la puerta de su jaula, ¡Eres libre! –alcé los brazos a modo demostración- ¿Qué esperas para alzar el vuelo? –le recriminé.
Bian solo contemplaba mi rostro sin articular frase alguna.
Tras unos segundos, parpadeó y dijo:
-En ocasiones las aves solo queremos estar en esa jaula y no salir por mucho tiempo, aun con las puertas abiertas y las alas listas para volar, somos fieles a nuestra conexión con esa gayola y con la persona que nos mantiene en ella.
-Se espera que las aves vuelen por los aires como hojas llevadas por el viento, -le miré a los ojos y proseguí- no se considera la opción que se queden en el interior solitario, restringido y frío de una vieja celda si pueden con la primera oportunidad.
El asombro cruzó el rostro del hombre y tomó una bocanada de aire para aceptar ¡por fin! la sentencia de la mujer.
-¡Ten un buen viaje!, vuela libre mi ave favorita. -susurré esto último solo para mí.
Mantuve firme en mi opinión y semblante impasible hasta el último segundo en presencia de mi amor.
Tras cerrarse la puerta se derrumbó todo mi mundo y yo con ella, como un castillo de naipes me desplomé.
El aire me ahogaba, las lágrimas quemaban los senderos dejados en mis mejillas; las piernas me flaqueaban y caía al suelo, sin ánimo de obrar por levantarme, por menos de una hora después.
-¡Qué curioso! Nos juramos amor eterno y ¿dónde quedó ese amor? ¡Malditos todos los que se interpusieron en lo que ya era firme! –gritó mi mente, ya que mis labios quedaron sellados por el cúmulo de frases que querían salir al mismo tiempo sin resultado.
-¿No que juntos hasta el final? ¡No te veo aquí! –apreté mi pecho- Por suerte, logré que no fuese más doloroso de lo que ya es.
-¡Maldita sea esa hora! ¡Maldita sean todas esas personas! –seguía gritándome la mente; mientras, mi corazón no podía latir, porque los pedazos que restaron estaban demasiado lejos para realizar ese movimiento.
-Seré tu fuerza, dijiste muchas veces, -cubrí con manos temblorosas mi cara empapada.
-¡¿Dónde estás ahora?! –grité con voz tenebrosa y ahogada al vacío.
Eso fue lo único que quedó de nuestro ¿amor? Ya no sé qué es real y qué no.
-Camino al aeropuerto. –susurré para responder esas dudas.
Mi eje había desistido de luchar por mí.
Mi ave voló sin temor y sin deseos visibles de volver atrás.
Con ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar, manos temblorosas y gritos de dolor e impotencia fueron el panorama que encontré, al calmarme un poco, en el espejo de cuerpo entero que yacía en el salón.
****
Una hora más tarde
Limpié aquellas lágrimas, me recompuse de los temblores; con cautela me puso de pie y tomé una ducha hirviente dónde me desahogué entre sollozos...
Vestirme sin su mirada era una tortura, mas lo conseguí. Me coloqué ropa alzar solo quería que fuese cómoda.
Me refugié en el único sitio que no compartíamos, para realizar algo que cuando estábamos juntos odiábamos pero que en soledad era lo mejor que podía hacer sin tener su recuerdo tan persistente en todos los suspiros que hago.
El despacho se convirtió en mi nuevo hogar, ahí tomé una llamada de trabajo... Trabajo, que estaba a punto de renunciar.
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