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Leah Lewis se ha pasado toda su vida luchando por conseguir una beca para estudiar en Chapel Hill, la mejor universidad de Carolina del Norte. Allí conoce a Easton King, que estudia en Chapel Hill gracias a una beca deportiva. La vida ha cruzado sus destinos, ya solo depende de ellos mantenerse en el camino del otro.
No lo pude evitar, después de cerrar la puerta de la habitación 3212, mi habitación, se me hizo un nudo en el estómago y se me encogió un poco el corazón. No me gustaba ser dramática pero, aprovechando mi reciente soledad, me puse a llorar. En esos momentos mis padres estarían aún de camino al coche, apenas a unos minutos de alejarse a más de 600 km de mí. Probablemente aún me encontraba a tiempo de echarme atrás en mi decisión, correr como un corderito asustado hacia mis padres, renunciar a la beca y volver a casa.
Sin embargo, en lugar de renunciar a lo que tanto había deseado y por lo que tanto había luchado, me tiré en la cama y pataleé y lloré un buen rato.
Había estado esforzándome durante casi la mitad de mi vida estudiantil para sacar notas brillantes y conseguir una beca para estudiar en una de las mejores universidades de Carolina del Norte. Después de todo, ese había sido mi sueño casi desde que tenía uso de razón. Había dedicado demasiado esfuerzo como para tirarlo todo por la borda. Ya estaba hecho: Leah Lewis había conseguido una beca increíble para estudiar filología inglesa en Carolina del Norte.
Después de haber pasado un buen rato en la cama asimilando la que sería mi nueva vida, alguien pegó a la puerta. Dirigí rapidamente mi mirada al espejo de cuerpo entero que tenía apoyado a un lado de la habitación esperando a ser colocado, como todo el resto de mis pertenencias. Tenía el rímel corrido y los ojos hinchados, enrojecidos. Traté de limpiarme con un poco de saliva lo más rápido que pude y me apresuré a abrir la puerta. Al otro lado de esta se encontraba un chico alto, rubio, bastante guapo. Pareció sorprendido al verme. No lo culpaba; estaba hecha un desastre.
-Mm... Hola. -murmuré, terriblemente avergonzada por mis pintas. Ni siquiera me sentía capaz de mirarlo a la cara, pensé que así notaría aún más lo devastada que me sentía en aquellos momentos, así que en lugar de eso, me dediqué a mirar mis converse blancas.
-Hola, soy Easton. -dijo el chico, que, para mi sorpresa, sonreía. -Soy algo así como el delegado o representante estudiantil de la residencia, vengo a darte la bienvenida. -lo dijo en un tono alegre que me hizo levantar la vista. -Vaya, parece ser que tenemos a otra que ha tenido que despedirse dramáticamente de su novio. -bromeó. Sonreí a la vez que negaba con la cabeza.
-No, nada de novios, solo estoy un poco sensible.
-Bueno, me alegra no tener por aquí otro momento a lo Romeo y Julieta. -se acercó un poco a mí, como si quisiera confesarme algo. -Suele ser bastante patético. -susurró, cerca de mi oído.
Reí un poco ante su comentario.
-No tendrás que preocuparte por mí en ese sentido.
-Genial, porque tenemos una pequeña fiesta de bienvenida para los recién llegados, esta noche, y una Julieta que acaba de perder a su Romeo no sería una compañía agradable.
Se notaba porqué Easton era el delegado de la residencia: era un chico simpático, divertido y bastante agradable. Se notaba que era una persona muy extrovertida y, sobre todo, que casi nada le daba vergüenza.
-No sé... Aunque no sea una Julieta, creo que sigo sin ser la mejor compañía. -me señalé a mí misma, dando a entender que solo había que ver en el estado en el que me encontraba.
-Te vendrá bien para animarte. Además, no era una pregunta. Nos vemos justo después de la cena en la sala común.
Y dicho esto, se marchó. Sin más. Cuando reaccioné, él ya había desaparecido por el largo pasillo.
Genial. Al parecer se me acumulaba el trabajo. Ya no solo tenía que guardar todas mis cosas e intentar mantener la compostura, sino que ahora también tenía que elegir algo que ponerme para esa noche e ir a una estúpida fiesta de bienvenida. Aunque, en el fondo, sabía que por mucho que me quejara de tener que asistir, sería el momento idóneo para hacer amigos, además de una forma de distracción.
Me pasé el resto de la tarde guardando mis cosas. No terminé, por supuesto. Me quedaba por sacar toda la ropa de una de las grandes maletas rosa chicle que había traído y sacar todo el contenido de una pesada caja de cartón. Sin embargo, se me había echado el tiempo encima, aún tenía que ducharme y vestirme para bajar a cenar al comedor de la residencia.
Mientras me duchaba lo único en lo que podía pensar era en lo nerviosa que me ponía la idea de bajar al comedor a cenar sola. No tenía más opciones porque todavía no conocía a nadie, solo a Easton, pero no tenía su número ni sabía cuál era su habitación para avisarlo e ir a cenar juntos. ¿Debería sentarme sola en una de las mesas del comedor, o debería intentar unirme a algún grupo y comer con ellos? No pretendía ser un estorbo para nadie, pero la verdad es que me ponía triste pensar en cenar sola mientras todos estaban rodeados de sus amigos, compartiendo anécdotas sobre el verano y riéndose de cualquier tontería.
Intenté relajarme, respirar hondo, y alejar esos pensamientos. Ahora tenía que centrarme en elegir algo para la fiesta. No quería arreglarme demasiado, pero tampoco me gustaba la idea de ir muy informal. Después de pasar, sin exagerar, veinte minutos delante de mi armario, decidí ponerme una blusa blanca de una tela fresquita y vaporosa, y unos pantalones de cuero negro ceñidos, junto con mis botas negras militares. Me gustaba. Además los pantalones me hacían culazo, eso siempre era un plus. Me eché un poco de rímel y cubrí mis ojeras y rojeces, de haberme pasado un buen rato llorando, con corrector. Me dejé el pelo suelto y voilà, ya estaba lista.
Cogí mi bolso y me aseguré de haber metido en él las llaves de mi habitación. Lo único que me faltaba era tener problemas el primer día. Respiré profundo una última vez y salí del cuarto camino al comedor.
Seguro que todo iba mejor de lo que esperaba.
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