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Una chica de cabello oscuro y ojos café, reciente de Seattle de toda su vida. Siendo espectadora de atracciones impactantes de la ciudad por las noches, exclusivas sólo para los buenos observadores, al igual que de hermosos parajes en terrenos boscosos. Acostumbrada a estar siempre sola y ser perseguida por los recuerdos de su pasado. Se presenta en su vida un joven canadiense, con una personalidad algo similar a la suya, que la envolverá. Entre dibujos de tinta y gustos musicales grabados en vinil, surgirá una confianza irrompible; lo cual fue bueno, porque ya les venía bien a ambos.
-¡Katy! ¡Katy, ya despierta!
-Ya basta, Jeany, quiero dormir.
-Debes ver esto. Vamos.
La pelirroja se sentó en la cama y me miró con disgusto- ¿Qué tengo que ver?
La tomé de la mano y salí corriendo de la habitación, llevándola casi a rastras, para asomarnos en el borde de la escalera.
-Mira -nos agachamos y señalé la feliz pareja que estaba por entrar a la oficina de la directora del orfanato.- Ellos son los Beckham. También vinieron ayer, los oí hablar con la señora Lee -informé.
-Jean, eso está mal. No quiero que vuelvas a hacerlo, ¿lo entiendes? -sermoneó.
-¿Me dejarás terminar? -ella asintió- Dijeron que nos querían a nosotras -hablé ilusionada.
La chica me miró detenidamente sin creerlo. Y no era para menos. Dos chicas como nosotras (de 15 y 16 años) no eran las del tipo que las parejas querían adoptar.
-¿Estás segura? -dudó con ilusión, pero, poco después, volvió a la realidad- ¿Sabes qué? No. Te he dicho que no andes por ahí escuchando las conversaciones de las personas que vienen en busca de un niño. Nos hace mal, Jean, nos llena de esperanzas. Y, para ser sincera, yo... -se levantó- ya las he perdido -finalizó para alejarse desanimada.
Supe muy dentro de mí que esa sería la ocasión. Sentí ese presentimiento que te revuelve el estómago y te pone los pelos de punta al saber que algo bueno se acerca.
Ese mismo día, por la tarde, estuvimos con Katy en el patio de atrás, jugando en los columpios e imaginando una vida perfecta, cuando notamos que una pareja de casados caminaba hacia nosotras, por lo que dejamos de columpiarnos.
-¡Hola! -saludó la mujer primero.
-Hola -yo respondí por ambas, dado que Katy no quiso hablar.
-¿Cómo se llaman, pequeñas? -indagó el señor.
-Ya no somos pequeñas -comentó Katy entre dientes, observando al sujeto con recelo.
No me sentí capaz de reprocharle alguna de sus acciones continuas. Katy, desde su llegada al orfanato, tuvo que cargar con la complicación de adquirir más edad y que nadie quisiera tenerla, lo cual, para ella, se volvió una razón para ser indiferente con cada persona que llegaba a la casa hogar.
-Es cierto -corroboré-. De todos modos -desvié la mirada hacia Katy para exigirle que fuera más amable-, yo soy Díon y ella es Katy. Mucho gusto -nos presenté.
-Es un placer conocerlas -dijo la mujer de inmediato, desbordando la emoción-. Yo soy Crystin y él es Mártin. Somos los Beckham.
¡No Puede Ser!
Abrí los ojos como platos para desviar la mirada hacia la pelirroja, quien tenía la misma cara de impresión que yo. Tal parecía que mis presentimientos serían ciertos.
-Y... ¿que los trae por aquí? -indagué, haciendo parecer que no había oído antes de ellos- ¿Buscan a la señora Lee? Porque puedo llamarla si quieren -ofrecí intentando desviar la atención de mi expresión.
-No, cariño -la mujer sonrió y se colocó en cuclillas, quedando a poca distancia conmigo-, ¿les importaría si hablamos un momento con ustedes? -pidió amablemente, esperando con ansias una respuesta.
Solté por completo el columpio y di varios pasos hasta quedar frente a Katy, y así hacer el intento de convencerla.
-Katy, vamos con ellos, quieren hablarnos -bajé la voz para tener un poco de privacidad en el sitio.
-No, Jean, no quiero agregar uno más a la lista -dijo de la misma manera.
-No perdemos nada al escuchar lo que tienen para decirnos. Por favor -imploré.
Ella dejó caer sus hombros fruncidos simbolizando su rendimiento- Está bien -farfulló convencida.
La tomé de la mano y me acerqué de nuevo a la pareja- ¿De qué querían hablarnos?
Al escuchar que accedimos, ambos sacaron a relucir una sonrisa de oreja a oreja imposible de desaparecer de momento.
La señora Crystin se levantó de su posición y nos observó con ojos llenos de devoción- ¿Nos sentamos? -propuso y, nosotras, asentimos en simultaneo. Fuimos a los banquillos postrados en el jardín trasero para tomar comodidad y escuchar lo que tenían para decir- Bueno, niñas... -el señor Mártin tomó compostura-, no son unas pequeñas -aludió lanzándole una mirada obvia a Katy, haciéndola sonreír-, por lo que entenderé que saben bien con que propósito acuden las personas a este lugar, ¿cierto?
-Desde luego -confirmé lo obvio.
-Entonces, tomando en nuestras manos la situación de que, Crystin -señaló a la mujer, quien se encontraba con la vista clavada en el suelo terroso, y suspirando con tristeza-, ella no puede tener un bebé en su vientre. Por lo que...
Katy interrumpió su explicación- Por lo que decidieron venir a buscar uno, lo entendemos, en serio...
-Sí, Katy, y las queremos a ustedes -informó la mujer a nuestra izquierda con una sonrisa.
Justo antes de que empezara a saltar de felicidad, la chica pelirroja a mi lado se levantó para reprochar exasperada.
-¡No! -se llevó las manos a la cabeza- No hagan eso, no es correcto -replicó enfadada.
-¿Qué no lo es, Katy? -cuestioné frunciendo el ceño.
-No estoy de acuerdo con que vengan a ilusionarnos, Jeany, como lo hicieron Carla y Henry, ¿recuerdas? Son iguales a ellos -se notaba el dolor en sus palabras, no pude reprocharle.
Y, en el peor momento, el señor Beckham decidió intervenir- Disculpen, pero... ¿quiénes son Carla y Henry? -curioseó el pobre, y fue la peor oración que pudo salir de su boca.
Quise detenerla, pero se zafó de mi agarre puesto en su brazo. Lo hice porque sabía perfectamente el espectáculo que se aproximaba, el cual los tomaría por sorpresa a los inocentes Beckham.
-Sucede que, hace pocas semanas, vinieron dos personas, una pareja como ustedes, y dijeron que querían una niña, que fuera grande, pues no querían criar un bebe en pañales -explicó un tanto exaltada. Se notaba en su mirada la necesidad de dejar salir sus lágrimas de sufrimiento.
-¿Y qué ocurrió, cariño? -indagó la mujer, poniendo una mano en su hombro con afecto, y de la nada, se derrumbó, viéndose como un mar de lágrimas.
-Ellos vinieron a nosotras, pero... me querían sólo a mí -balbuceó- y se molestaron cuando les dije que no iba a permitirlo, que si me llevaban a mí también debían tener a Jeany -desvió sus ojos aguados hacia mí, tomando mi mano con afecto-. Ella es mi hermana, es mi verdadera familia -dijo entonces y me conmovió.
-Desde ese día, ella prometió que quien se llevara a alguna de nosotras, nos tendría a ambas. Es una promesa -expuse aplicando presión sutil a nuestro agarre de manos.
-Cariño, -Crystin se refirió a Katy, mientras pasaba sus pulgares por debajo sus ojos para secar algunas lágrimas- lo sabemos. Por eso, les pedimos hablar con ambas. -exhaló sonriendo- ¡Las queremos a ustedes!
-A las dos -argumentó el señor Beckham.
Katy volteó a mirarme sin poder creerlo y le devolví la mirada de la misma manera, como si comunicáramos nuestra emoción por medio de la mente. Posterior a algunos segundos de asimilar que era la realidad y no la fantasía, nos abrazamos muy fuerte, para luego abrazar muy fuerte a Crystin y Mártin.
-Gracias -Katy balbuceó por el llanto de felicidad-, muchas gracias -completé de la misma manera sin soltar a la pareja.
[•••]
[Tres años después]
-¡Katy! ¡Díon Jean! ¡Dense prisa o cerraran las tiendas!
-¡Ya vamos! -vociferamos desde la planta alta, para bajar corriendo las espaleras (sin miedo a caer sobre la cara).
-Deben correr, ahora -mamá nos corrió con apuro-. Si tardan un poco más no alcanzaran a comprar todos los útiles. No entiendo por qué dejaron para hacer las compras justo una semana antes de empezar las clase -sermoneó al aire.
-Ni nosotras -aludí.
-Y para colmo, mañana nos vamos a Portland. No volveremos hasta el fin de semana.
-Sí, y tendremos todo listo para entonces. Confía en nosotras -dijo Katy, dándole un beso en la mejilla como despedida y saliendo despavorida por la puerta.
-Despreocúpate, mami -la besé en la otra mejilla para despedirme-. ¡Te quiero! -exclamé saliendo de casa.
-¡Escojan bien! -dijo con el tono de voz con el suficiente volumen como para oírla desde el sendero hacia la calle.
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