/0/4264/coverbig.jpg?v=87a12f4d28f9696cfbde716346aadd0f)
Dante es un mujeriego que escuda su mala conducta tras una maldición familiar. Cuando la aversión de los habitantes del poblado le obliga a marchar a la ciudad, se reencuentra con las dos muchachas más importantes de su pasado: Jimena, la que le dio calabazas y Patricia, su única amiga. Esta última afirma haberse convertido en una bruja y le concede tres deseos. Ya sea utilizando el Manual de Conquistas y Reconquistas de la reconocida psiquiatra Nambindengue o echando mano a la improvisación, Dante tendrá que replantearse su estilo de vida. En algunas plataformas, esta historia aparece con el nombre Mujeriego maldito.
Durante años confundí el amor propio con el orgullo. Pespunteé un cetro con piedras preciosas y me senté en el trono como rey y señor del universo conocido. La estupidez me impidió comprender que el imperio gobernado solo existía en mi cabeza. Fuera de ella vivían humanos reales, no sometidos a mis designios, afectados por mis continuos despropósitos.
Es este el medio encontrado para pedir perdón. Una carta a la que falta el destinatario porque va dirigida a demasiados nombres olvidados, personas a las que dañé.
-Entonces, señor Muñoz, ¿a qué causa usted atribuye su perversión libidinosa? -La doctora Nambindengue clavó en mi rostro su mirada de águila y dibujó en sus labios una mueca.
Si me hubiese resistido a las súplicas de mi madre y no acudido a la consulta de la psiquiatra, estuviese tomando el sol en la cubierta de mi yate o haciendo una de las mías bajo las sábanas de una linda chica. El llanto de Micaela Rodríguez siempre me ha puesto a llorar. A ella debo todo lo bueno que llevo en el alma. Lo malo lo adquirí gracias a los genes de mi padre y también por medios propios.
Por eso ni me rehusé cuando me arrastró a empujones a la clínica mental. Como un cachorro amaestrado, le obedecí. Opté por comportarme antes de echar más leña al fuego y empeorar el ambiente en casa.
Le tiré un S.O.S. con la mirada, apreté los puños, le rocé la pantorrilla con la puntera del zapato e intenté comunicarme con el pensamiento: «Dante, llamando a Micaela. ¡Madre, responde! Dante, llamando a Micaela. Inventa que el fantasma de la abuela te ha revelado la ubicación de un tesoro, o que Donald Trump te ha propuesto matrimonio, o di que nos largamos porque nos da la gana; pero, por favor, haz que esto termine». A nosotros nos ligaba un nexo sentimental más fuerte que las doctrinas del Bloque Feminista. ¿O no?
El ruego chocó contra un imperturbable rostro de cera. Aquella extraña que clavaba en mí una mirada aterradora no era la amorosa mujer que se había desenvuelto como madre y padre en mi crianza, sino un androide reprogramado.
-Más cuidado con mis piernas, Dante. Te comportas igual que un crío.
Su fría respuesta asesinó mis esperanzas. Ya fuese por el influjo hipnótico que ejercía en su cerebro un sitio macabro o por la antipatía que produce un mujeriego en los cromosomas XX, mi única seguidora se había mudado al bando de la comecocos Nambindengue.
Siempre supuse que un personaje con tal clase de nombre debería ser de armas tomar. Sin embargo, nunca esperé que fuese un ella y no un él. A una mujer le era mucho más engorrosa la comprensión de mis... llamémosle preferencias sexuales y así no suena tan mal. Ellas se encasquetan el traje de mosqueteras y gritan: «Una para todas y todas para una» antes de que un hombre tenga la oportunidad de defenderse.
Luego de que, con una mirada, me aplastó como un animal en peligro de extinción bajo el talón del zapato; la voz se me acuarteló dentro de la boca. Cuanto lograba decir se resumía en un par de suspiros. Créanme que hubiese preferido morir por causas violentas. Es mejor ser enterrado vivo a padecer crueles tormentos.
-¿Usted podrá dar respuesta a mi interrogante? -emitió un alarido cargado de furia irrefrenable.
Era la cuarta vez que escuchaba la misma letanía. Mi coeficiente intelectual nunca ha sido elevado. He sobrevivido gracias al trabajo de mis manos y no al esfuerzo de mi cerebro. ¿Cómo iba a contestarle si siquiera tenía idea de lo que ella hablaba? Para hacerlo debía buscar en Google el significado de tanto blablablá. «Perversión libidinosa» me sonaba a frase sacada de un diccionario de esperanto.
Ahora me doy cuenta de que debí pedir permiso para ir al baño. Además de ganar algunos minutos de libertad, hubiese consultado el Internet. Una sabionda explicación dejaría a la bruja con la boca abierta.
Lo que podría haber sido, nunca sucedió. No es lo mismo pensar en frío que hacerlo con la sangre caliente y la piel de gallina.
-Y bien, señor Muñoz, ¿responderá o pasamos a un punto que le haga sentir cómodo?
A través de sus gestos y comentarios se notaba la clara aversión hacia mí. La situación era espeluznante y amenazaba con ponerse peor.
-Un momento, por favor. ¿Formularía su interrogante de otra manera?
Humedecí mis labios con el borde de la lengua y suspiré a pulmón lleno. El aire me salió hasta por los ojos.
La doctora esbozó la mueca de oreja a oreja. Si antes de hablar ya le parecía un idiota, después de despegar los labios fui pasado al grupo de los legítimos imbéciles, aquellos que portan el gen de la estupidez en su ADN.
-¿Señor Muñoz?
-Puede llamarme Dante.
Mi nombre en su boca sonaba a abominación, pero escucharle mentar mi apellido era como presenciar el pase de lista en la puerta del infierno. Apreté los puños y bosquejé la sonrisa con que solía conquistar a mi maestra de quinto grado hace medio millón de años.
Mi madre carraspeó y sacó las manos de los bolsillos de su pantalón. Con gusto me hubiese propinado un buen escándalo.
Clavé la mirada en ella y le rogué con ojos de carnero degollado. Descubrimiento funesto: la telepatía no funciona. Al menos, no cuando está de por medio un asunto de faldas. ¡Conexión fallida! Su mente estaba fuera del área de cobertura.
-Haga referencia a algún suceso de su niñez o adolescencia que le haya incitado a transformarse en un depredador furioso. Piense en un motivo capaz de generar sus deseos carnales más violentos y convertirle en un cazador sin escrúpulos, un vicioso del sexo con tendencias libertinas, un ser sin sentimientos que toma los cuerpos de jóvenes indefensas y quebranta sus almas -explicó Nambindengue con una dosis extra de cinismo y siete de amargura.
Los músculos de su rostro se tensaron en una expresión furibunda. El aire se cargó de violencia, de aborrecimiento y de deseos de venganza.
Aunque quise correr en dirección a la puerta, el brazo de Micaela posado en el mío pesaba diez toneladas y me clavaba a la silla. Le había prometido acudir a terapia, y una promesa a una madre siempre ha de ser cumplida. No podía esfumarme y dejar a la doctora con los colmillos afilados y sin probar la sangre de su víctima. Ya que me había ofrecido en sacrificio atado de pies y manos, no me quedaba otra salida que contar los segundos que faltaban para que la sesión se diese por concluida.
-¿No escuchas a la señora? ¡Avancemos! -se quejó Micaela clavándome en los ojos un vistazo rabioso. Era su forma educada de recordarme que, pese a que era mi cuenta bancaria la que pagaba la conversación más cara de la historia de la humanidad, mi actitud le hacía lucir como la madre de un gigantesco imbécil-. Llevas cerca de diez minutos callado. ¿Acaso no sabes que el tiempo es oro?
¡A mí me lo iba a decir! Fui yo quien se dejó los riñones en la carretera para pagar el cheque de Nambindengue y financiar mi sentencia de muerte.
Podría haberle sostenido la mirada y rogar una vez más, pero no valía la pena alimentarme con falsas esperanzas. Si iba a ser descuerado vivo, mantendría la dignidad.
Mi cabeza se tornó demasiado pesada. Las paredes se me acercaron y giraron en un frenesí desordenado. Poco a poco, sombras grises nublaron mis ojos. Apenas podía respirar.
Puse a funcionar mis diminutas neuronas. Cuando estaban en apuros se pasmaban. Pero, por más que lo intenté, no encontré una respuesta que satisficiera la curiosidad de la doctora y me hiciese quedar bien parado.
Según mi madre, mi debilidad por el sexo femenino había sido una herencia recibida de la familia de papá. Él, a su vez, lo atribuyó a un período prolongado de lactancia materna. Acorde a mi antigua maestra de la catequesis, se debía a las largas piernas rasuradas de mi profesora de preescolar. Mientras los pueblerinos de Calabazas se gastaban el tiempo en discusiones y el cura de la parroquia se volvía loco buscando una explicación coherente, yo tenía clara la génesis del asunto; pero me daba vergüenza confesarla.
Yo soy mía. No pertenezco a ningún hombre. Nadie pondrá un mano sobre mi, y si lo hace.... Entonces, se topará con el fuego de mi ira. Segunda parte de NO SOY DE NADIE saga Soy.
Amira Salem est une jeune arabe qui incarne l'accomplissement d'une prophétie. Son père l'engage en mariage, mais quelques jours avant le mariage, sa vie change. Au milieu d'agressions armées, d'enlèvements et d'une marche à travers le marché noir des esclaves, elle rencontrera le plus grand ennemi de sa famille, un jeune homme poussé par la vengeance qui la déteste juste pour ce qu'elle est.
Yo soy mía. No pertenezco a ningún hombre. Nadie pondrá un mano sobre mi, y si lo hace.... Entonces, se topará con el fuego de mi ira.
Amira Salem es una joven árabe que personifica el cumplimiento de una profecía. Su padre la compromete en matrimonio, pero pocos días antes de la boda su vida cambia. En medio de asaltos armados, secuestros y un paseo por el mercado negro de esclavas conocerá almayor enemigo de su familia, un joven guiado por la venganza que la odia sólo por ser quien es. En algunas plataformas, esta historia aparece con el nombre Yo soy mía.
Lucía Balstone pensó que había elegido al hombre adecuado para pasar el resto de su vida, pero fue él quien acabó con su vida. Su matrimonio de diez años parecía una broma cuando su esposo la apuñaló con una daga. Afortunadamente, Dios nunca está ciego ante las lágrimas de las personas. Lucía tuvo una segunda oportunidad. Ella renació a la edad de 22 años, antes de que sucedieran todas las cosas terribles. ¡Esta vez, estaba decidida a vengarse y dejar que aquellos que la lastimaron pagaran! Hizo una lista elaborada de sus objetivos, y lo primero en su lista era casarse con el peor enemigo de su exmarido, ¡Alonso Callen!
Paola Fischer vive un matrimonio aparentemente feliz hasta el día en que, al regresar a casa, encuentra a su esposo, Lucas Hotman, en la cama con su secretaria, Rose Evans. La traición la deja destrozada, y, sin saber cómo enfrentar el dolor, se marcha de su hogar. Esa noche, en un bar, conoce a un enigmático desconocido que le ofrece una compañía inesperada. Buscando escapar de su desilusión, Paola se entrega a una noche de pasión con él, dejando que el dolor de su traición se diluya en la intimidad. Al día siguiente, trata de seguir adelante, pero pronto se enfrenta a una sorpresa que cambia el curso de su vida: está embarazada, y el padre no es Lucas, sino aquel hombre al que apenas conoció.
Eveline se casó con Shane, un obstetra, a la edad de 24 años. Dos años más tarde, cuando estaba embarazada de cinco meses, Shane abortó al bebé él mismo y procedió a divorciarse de ella. Fue durante estos tiempos oscuros que Eveline conoció a Derek. Él la trató con ternura y le dio el calor que nunca antes había sentido ella. También le causó el mayor dolor que jamás había tenido que soportar. Eveline solo se hizo más fuerte después de todo lo que experimentó, pero ¿podría soportar la verdad cuando finalmente se revelara? ¿Quién era Derek detrás de su carismática fachada? ¿Y qué haría Eveline una vez que descubriera la respuesta?
El día de su boda, Khloe fue inculpada de un delito que no había cometido por su hermana y su novio. Fue condenada a tres años de prisión, donde soportó mucho sufrimiento. Cuando finalmente liberaron a Khloe, su malvada hermana utilizó a su madre para obligarla a mantener una relación indecente con un anciano. El destino quiso que Khloe se cruzara en su camino con Henrik, un elegante y despiadado mafioso, así cambió el curso de su vida. A pesar de su frialdad, Henrik quería a Khloe como nadie. La ayudó a vengarse de sus enemigos y evitó que volviera a sufrir acoso.
Sabrina tardó tres años enteros en darse cuenta de que su marido, Tyrone, era el hombre más despiadado e indiferente que jamás había conocido. Él nunca le sonrió y mucho menos la trató como a su esposa. Para empeorar las cosas, el regreso del primer amor del hombre no le trajo a Sabrina nada más que los papeles del divorcio. Con la esperanza de que todavía hubiera una posibilidad de salvar su matrimonio, le preguntó: "Tyrone, aún te divorciarías de mí si te dijera que estoy embarazada?". "¡Sí!", él respondió. Al comprender que ella no significaba nada para él, Sabrina finalmente se rindió. Firmó el acuerdo de divorcio mientras yacía en su lecho de enferma con el corazón hecho pedazos. Sorprendentemente, ese no fue el final para la pareja. Fue como si Tyrone despejara la mente después de firmar el acuerdo de divorcio. El hombre que alguna vez fue tan desalmado se arrastró junto a su cama y le suplicó: "Sabrina, cometí un gran error. Por favor, no te divorcies de mí. Te prometo que voy a cambiar". Sabrina sonrió débilmente, sin saber qué hacer…