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Y como una flor en primavera, abrí mis pétalos. Pero no fue fácil, no cuando todos ayudaron a hundirme en un eterno invierno. Aferrarme a vivir fue el talento que descubrí... Ahora te invito aferrarte a la vida, solo quiero compartir mi talento contigo...
¿Alguna vez sintieron qué sin importar lo que hicieran no servía? Como si el mundo se diera la vuelta para darte la espalda y con el único objetivo de buscar tus lágrimas. No importaba cuanto corrieras, los miles de sonrisas frente al espejo que pusieras, nada alcanzaba. Me sentía una flor en invierno, no podía abrir mis pétalos, el frio en el alma no me dejaba. ¿Quién tenía la culpa? ¿Yo? quizás. Tal vez debía renunciar, tirar la toalla y esperar que el frio me consumiera, que las personas pisaran mis pétalos.
Como una flor en invierno...
Pararme al espejo y encontrar tantos defectos, cerrar los ojos y desear poder cambiar. Cubrirme hasta los talones para salir a pesar del calor y llorar en las noches cuando la soledad me consumía y llorar por ella cuando me dejaba. Querer tener amigos, pero a la misma vez sentir que me sofocaban como una cuerda en mi cuello. Había tantas cosas que quería, pero a la vez no.
Entonces... ¿Quién tenía la culpa?
¿La flor o el invierno?
No lo sé, pasan los días y cada vez menos me interesa, más me hundo y sonrió para que al menos no me vea tan miserable.
-Cuatro, un maldito cuatro, ¿No tienes vergüenza?
Bajé la cabeza y preferí mirar la punta de mis zapatos llenos de tierra. La voz prepotente de mamá solo me provoco un enorme nudo en la garganta. Había sido mi error, debí estudiar más, era mi única obligación. Mal, muy mal.
-Prometo mejorar, sacare la máxima nota.
-No te creo.
Levante la cabeza apenas la vi ponerse de pie y alejarse del sofá para acercarse a mí. Retrocedí dos pasos.
-Siempre saco las mejores notas, solo me confié demasiado. Mamá dame una última oportunidad.
No dormiría, tomaría clases extras, dejaría las clases de baile, cualquier cosa. Solo quiero avanzar en esta pista de hielo que me impide encontrar mi objetivo. ¿Así sería una gran persona? Mamá se cruzó de brazos con mi boleta de notas entre sus finos dedos. Aquel nudo crecía con pasos enormes y era casi igual que sentir unas manos alrededor de mi garganta. Había descuidado mis estudios y las notas no mentían, las tardanzas aumentaban.
-Tienes dieciocho años, pienso un poco más en tu futuro. No quiero más faltas, ¡Nunca más! ¿Está claro, Selene?
Escuchar mi nombre de sus labios no ayudaba, más me lo merecía. Moví mi cabeza con obediencia absoluta. La observe dejar la boleta de notas en la mesa de vidrio y perderse entre las escaleras. Recién ahí pude soltar todo el aire que tenía contenido en mis pulmones. Incluso mis rodillas perdieron fuerza y creí caer de rodillas, pero todo era solo exageración mía, siempre lo era.
Con miedo que alguien más llegará a regañarme, tomé la hoja con mis notas y corrí escalera arriba para encerrarme en la habitación que compartía con mis dos hermanas mayores. A pesar de ser una familia con buena economía, nos gustaba vivir en lugares cómodos y no tan grandes. Papá siempre decía que convivir con la familia era importante.
A pesar que casi nunca estaba en casa.
Arrugué el papel y lo metí en mi mochila, no quería la evidencia de mi acto de mala hija.
-¿Selene?
Gire alarmada apenas alguien abrió la puerta. Los cabellos negros de mi hermana me tranquilizaron. Me miro con sus enormes ojos cafés y sonriendo mostrando sus hoyuelos.
-¿Qué sucede?
-Ni idea, papá nos llama.
Mi boca se abrió de sorpresa. Miranda imito mi gesto cariñoso y con su mano me indico que bajara. Era raro ver a padre tan temprano en casa.
-No tengo tiempo de cambiarme el uniforme -murmuré rápido saliendo detrás de ella.
-No interesa, es mejor que no nos demoremos. Mamá nos castigara.
Mamá era una mujer que creía fielmente en dos cosas: En Dios y en mí. Al menos eso decía siempre, todos sus sueños estaban en mí, quería verme como la mejor hija, la mejor madre y la mejor abuela del mundo. Que no dependiera de nadie. Aun así, a veces sentir que era demasiado.
Demasiado para una flor que ni siquiera sabía de qué especie era.
Pero a pesar de todas mis dudas, aprendí a complacerla, verla orgullosa era un motor para mí. No había nada más que necesitara.
Así que ir temprano a la escuela un lunes antes que todos los profesores, era sin duda, una forma de demostrar las ganas por recuperar mis mediocres notas. Hacía frío, metí mis manos en los bolsillos de mi chaqueta del uniforme y respiré por la boca. Faltaba media hora para que las clases empezaran.
Con rapidez dejé mi mochila en mi asiento correspondiente y tuve que volver a salir al ver al conserje limpiando las mesas, no quería molestarlo en su tarea. Con las manos metidas en los bolsillos de mi chaqueta deambule por los pasillos vacíos hasta que poco a poco los estudiantes empezaron a llegar. El ruido dejaba de ser eco al tener menos espacio en los pasillos.
Voces, risas, cosas golpear y en especial, miradas, me sofocaron como ya era costumbre. Fingiendo tranquilidad baje al primer piso, cruce el comedor principal y camine entre el campo de fútbol y básquet para ingresar a la parte trasera del colegio. Lo único que había ahí era botes de basura, sillas viejas y un cuarto abandonado que era recuerdo de las primeras aulas de la institución.
Me acerque y solté el aire contenido, mire al cielo y entonces note que las nubes se volvían cada vez más espesas. Por alguna razón no tenía miedo que lloviera, las gotas de agua no parecían tan terroríficas como narraba mamá, pero en definitiva no debía mojarme o se enojaría mucho.
Di dos pasos más y entonces...
-¿Tú crees que llueva?
La voz desconocida me tomo por sorpresa, tanta que me atore con mi propia saliva, baje la cabeza para toser tan fuerte como me exigía el escozor en mi garganta. Escuche pasos con eco acercarse, levante una mano sin ver por estar encorvada tratando de no morir. No quería que quien sea que fuese se acercara demasiado. Pero tal parece que no entendió mi mano en modo de "no necesito que me ayudes a pesar que este muriendo, mantén tu espacio, gracias"
-¿Estas bien? ¡Oh por Dios! ¿Te vas a morir?
Logre recuperar el aire antes que él llamara a la ambulancia. Acomode mis cabellos detrás de mi oreja para poder ver quien era.
Cuando pude verlo, me topé con unos enormes ojos cafés oscuros, casi negros, pero que curiosamente brillaban como si tuviera estrellas en ellas. Estos gritaban preocupación en su máxima expresión. Unas cejas ceñudas, quizás cuestionando si debería irse o quedarse a ver si estaba bien. Su piel era blanca con un leve toque de bronceado a pesar del clima frio. Un lunar debajo de su labio que eran de un rojo suave. El cabello negro y algo largo con suaves ondas que se movían por la fría brisa de Seúl. Llevaba el mismo uniforme que el mío. Y con la poca fuerza para modular palabra alguna, hable.
-H-hola.
Y me sonrió...
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