Respiró hondo y se pellizcó el muslo para obligarse a permanecer despierta. "De acuerdo. Voy para allá", respondió.
Se vistió a toda prisa y bajó a su auto. Goldshore era un bar prestigioso en el bullicioso centro de la ciudad, así que Madison sabía que sería imposible encontrar estacionamiento cerca.
No le quedó más remedio que dejar el auto a la entrada de un callejón y caminar el trecho restante sobre unos tacones de diez centímetros. Cuando por fin llegó a la entrada del bar, volvió a mirar su reloj.
Las 2:57 a. m.
Afortunadamente, solo le había tomado veintisiete minutos llegar.
Se arregló el cabello antes de entrar.
El bar estaba abarrotado, pero aun así, Lorenzo Edwards era el hombre que más destacaba en el lugar.
Vestido con un impecable traje negro, estaba sentado en un reservado, haciendo girar con lentitud una copa de vino. Sus facciones cinceladas y su aura magnética lo convertían en el centro de atención de cualquier lugar al que fuera.
En ese instante, levantó la muñeca para ver su reloj y frunció levemente el ceño.
Madison apresuró el paso y se detuvo a su lado. "Ya estoy aquí, señor Edwards".
Lorenzo no dijo nada, pero su llegada provocó la reacción de otra persona.
"¡Dios mío! ¡Son las 2:59! ¡De verdad llegó antes de las tres!".
"Lorenzo, eres un profeta. Llegó en media hora".
Solo entonces Madison se percató de que había otras tres personas en el reservado: dos hombres y una mujer.
Los dos hombres estaban sentados lado a lado frente a Lorenzo, mientras que la mujer estaba sentada en su regazo.
Lorenzo sonrió con aire de triunfo y miró a la mujer. "Gané".
Ella le dio un golpecito juguetón en el pecho y puso un puchero. "Está bien, tú ganas", dijo. "¿Qué quieres que haga?".
Los otros dos hombres soltaron una carcajada.
Madison frunció el ceño. "¿Qué significa todo esto?".
Uno de los hombres se lo explicó, divertido. "Lorenzo juró que su secretaria era infaliblemente puntual; que sin importar cuándo la llamara o dónde estuviera, siempre llegaría en menos de media hora. Nadie le creyó, así que apostamos. Si llegabas a tiempo, él ganaba".
Mientras hablaba, deslizó las llaves de su auto sobre la mesa en dirección a Lorenzo, con un gesto de amarga resignación. "Acabo de comprar este auto, es una edición limitada. ¡Ni siquiera he podido estrenarlo como se debe!".
Lorenzo tomó las llaves y jugueteó con ellas. "Una apuesta es una apuesta", dijo con una sonrisa.
Luego, miró al otro hombre y enarcó una ceja. "¿Y tú?".
"Está bien, está bien. Toma. Es la llave de mi casa. Ahora es tuya". Dicho esto, el hombre miró a Madison con enfado y espetó: "¿Cuánto te pagan al mes? Vaya que te tomas en serio tu trabajo, ¿no? ¡Por tu culpa y tu maldita puntualidad, este infeliz acaba de quitarme una villa de cientos de millones!".
Madison apretó los labios, sin decir nada.
Luego, su mirada se posó en la mujer que estaba sentada en el regazo de Lorenzo.
Las luces del bar eran tenues y no le había prestado mucha atención hasta entonces. Sin embargo, en el instante en que distinguió su rostro, la sangre se le heló en las venas.
Aquella mujer no era otra que la famosa actriz Zoe Harris.
Pero lo más impactante era su asombroso parecido con alguien; un parecido que superaba con creces el que ella misma tenía.
El rostro de Lorenzo permanecía inexpresivo. Se recostó en el asiento, con las largas piernas cruzadas y un brazo rodeando a la mujer.
La miró directamente y dijo con frialdad: "Bien, ya puedes retirarte".
Madison respiró hondo y preguntó lentamente: "¿Así que me hizo venir en mitad de la noche solo por una apuesta?".
Lorenzo enarcó las cejas y esbozó una sonrisa ladina. "¿Y qué?".