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Las llaves de mi coche nuevo, un trofeo de repostería, se sintieron frías y pesadas en mi mano, un presagio de mi nueva vida. El aire del pueblo ya olía a incienso y cera, anunciando la inminente Semana Santa. Pero entonces, mi prima Valeria entró en mi pastelería, su sonrisa tan falsa como siempre, seguida de cerca por mi prometido, Mateo. Sus ojos devoraban el sedán reluciente. "¡Sofía, qué coche! Tienes que dejárnoslo para ir al pueblo", dijo Valeria. Mateo añadió: "Cariño, solo es para el viaje, el mío gasta mucho y este es más seguro." En mi vida anterior, les entregué las llaves. Esa noche, Valeria, al volante de MI coche, atropelló y mató a una anciana. Con la ayuda de Mateo, dejaron MI carnet de conducir en la escena. Fui incriminada, nadie me creyó. Mis padres, mis amigos, el pueblo entero me abandonaron. El hijo de la víctima, Diego, me encontró en la procesión de Viernes Santo. La multitud, azuzada por sus mentiras y mi desesperada verdad silenciada, me linchó allí mismo, en la plaza del pueblo. Morí entre el dolor y la traición. Ahora, con el recuerdo de su vileza y mi propia muerte grabado a fuego en mi alma, volví a ver la misma petición, la misma sonrisa falsa, el mismo plan despreciable. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Permitiría que me destruyeran de nuevo? ¡Esta vez no! Mi voz salió firme y fría: "No". Guardé las llaves en mi bolsillo, el aire se llenó de una tensión que solo yo comprendía. Ellos veían a una prometida caprichosa. Yo veía a mis asesinos. Y esta vez, no les daría el arma.