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Fabiola, una maquilladora profesional, está en una relación estable y feliz con Danilo, un recien CEO de una empresa de autorepuestos; pero se encuentra entre la espada y la pared cuando conoce al hermano de su novio, Diego, un piloto de avión de prestigio, el cual resulta ser su antiguo amor de adolescencia que la dejó después de que en un noche ella se entrega a él en cuerpo y alma.
Contra reloj, termino de corregir el maquillaje en el párpado de Aitana, mi clienta estrella. Me hago a un lado para que pueda ver el resultado en el espejo y al verse grita de emoción. Pronto me toma por los hombros, me sacude, emocionada, y sonríe ampliamente.
-¡Eres la mejor, Fabiola!
-¡Ahora ve y amarra a ese hombre! -la motivo.
Aitana va de un lado a otro en la habitación y se acerca para darme un beso en la mejilla.
-¡De por vida! -asegura-. ¿Vas a la fiesta?
-Por supuesto que sí, ¿cómo no? Tengo que retocarte.
-No te preocupes demasiado por esto, amiga, antes de que acabe la noche seré bruma y candela. Cualquier rastro de elegancia desaparecerá...
Reímos por ello y la veo partir hacia la puerta para dejar entrar a sus damas de honor. Resulta que hoy es su gran boda con un irlandés que conoció gracias a su trabajo de influencer, así que todo es bastante desesperante y extravagante para ella.
Siento un poco de nostalgia al ver cómo sus damas terminan de poner la parte delantera de su gran vestido y salgo de aquí. La verdad es que casarme sí estuvo en mis planes, desde muy pequeña, pero un día cambié de opinión. Y me mantengo firme en mi decisión.
Me encuentro con algunos invitados famosos en el camino mientras salgo de la mansión de los padres de Aitana, saludo a algunos conocidos y avanzo hasta la calle, intentando encontrar el auto.
-¿Te llevo, hermosa? -me dicen.
Sonrío con picardía al ver a mi novio con su traje de oficina, en su Mercedes, así que camino hasta asomarme en la ventana del auto y pretender que estoy dudando.
-Depende...
-¿De qué? -cuestiona con inocencia.
-De si vamos a comer algo rico antes de que vuelvas al trabajo o no.
Danilo achica los ojos sabiendo que no tiene opciones, y abre la puerta desde adentro para dejarme pasar. Sonrío victoriosa.
-Eres mi pesadilla -susurra en mis labios antes de besarme con devoción.
La piel se me eriza, no solo por esa frase, sino que por lo apasionado de sus besos. Nos separamos con una sonrisa enamorada en nuestras caras y este pone a andar el auto segundos después.
Danilo y yo nos conocimos hace dos años, un catorce de febrero, día de los enamorados. El destino hizo de las suyas cuando fui a comprar flores en una nueva floristería en la ciudad; se las llevaría a mi madre, como todos los años, y este se encontraba en el mismo lugar, discutiendo con la dueña.
-Lo siento caballero, pero todas las rosas están agotadas.
-¡Pero las pre-ordené!
-Usted dijo que pasaría por ellas a las nueve en punto ¡ya es medio día! Vino un cliente ¡y se las llevó!
Yo presenciaba el espectáculo a un lado de la caja registradora, esperando pagar mi ramo de margaritas. El hombre lucía guapo, desde atrás se podía admirar su espalda ancha, su altura imponente, su perfecto corte de cabello, y desde allí claro que podía inhalar su perfume fresco.
-¡Mi padre va a matarme! -exclamó, dándose vuelta. Entonces nuestros rostros se encontraron y este parpadeó varias veces, sonrojándose en el acto y dejando mi corazón enamorado-. ¿Por qué su ramo tiene una rosa en el medio si me dijo que están agotadas? -le preguntó a la señora.
Eso me pareció divertido. Y ya lo demás, es historia.
Devuelta a la realidad nos encontramos en un fino restaurante. Danilo hace a un lado la silla para que yo tome asiento, y besa mi frente justo antes de irse.
Admiro su cuerpo trabajado por sus ejercicios matutinos que aún se ven por debajo de ese traje negro de oficina y suspiro.
Valoro y amo los momentos en que compartimos más de dos veces al día. Y es que hace tres meses lo han ascendido a gerente general de una empresa automotriz, una de las más grandes a nivel nacional. Así que entre mi horario independiente, y el suyo limitado, poco nos hemos visto.
No tardamos en ordenar nuestros platillos favoritos. Y me acerco a él para quitar de su cabello rubio unas pelusas color purpura que no había visto antes.
-¿Qué es? -me pregunta.
-Nada -respondo despreocupada-. ¿Cuántos minutos tienes?
Toma mi mano y las entrelazamos sobre la mesa.
-Veinte.
-¡Ronda de preguntas rápidas! -sugiero con diversión. Y mi apuesto novio asiente sonriendo-. ¿A qué hora saldrás hoy?
-Depende del trabajo que llegue, pero seguramente a las siete y media.
-¡Bien! Te invito a la fiesta de celebración por la boda de Aitana.
-Cierto que hoy se casa...
-¡Sí!
Recibimos la comida y ruedo los ojos cuando la mesera se va. Esta muchachita que tiene aproximadamente unos cinco años menos que yo, cada que Danilo y yo venimos no deja de pelarle el diente, aunque note que esté conmigo. Sé que mi limite lo pasará pronto.
-Bien, ¡iré! -dice besando mi mano.
Seguimos la ronda de preguntas rápidas mientras comemos, divirtiéndonos y disfrutando el uno del otro por este corto tiempo. Hasta que los minutos se nos van y antes de dejarme en casa de mis padres, se despide con otro beso apasionado.
El teléfono en mi cartera suena, entonces lo saco para recibir una llamada de mi cuñada.
-¡Tienes que venir a casa ahora! -me exige mi cuñada, Giselle.
Dejo mis cosas del trabajo en la mesa, le doy un beso en la frente a mi padre quien lee el periódico y me da la bendición.
-¿Por qué?, ¿ocurre algo? -pregunto al teléfono.
-Es una sorpresa para Danilo -me explica ella-. Cuñi, por favor... ¡No tengo ni idea de cómo decorar! ¡La creatividad la tienes tú! ¡Veeeen! ¡Sin ti la sorpresa no estará completa!
Rio por su tono de suplica, y sacudo la cabeza.
-Bien. Iré en cuanto me dé una ducha... -le aseguro.
-¡Te esperamos! -Y ella cuelga.
Entonces mi padre alza la mirada pata prestarme atención y habla.
-Hija, ¿cómo te fue con esa mujer fresa?
-Se llama Aitana, papá. Y no es fresa. Es rica -respondo alzando mis hombros.
-¡Yo también lo soy y no hablo de esa manera!
Ambos nos carcajeamos por esto, pero no tardo en prepararme para ir a la casa de la familia Monsalve. Ya que sé que se trata de una sorpresa en casa y tal vez cenemos allá, me visto de acorde a la ocasión. Recojo mi cabello negro largo con una coleta alta, un suéter color vainilla el cual meto por dentro de mi jean cargo oscuro, una correa color crema, y zapatos casuales color blanco. Me maquillo sencillo pero con un tono marrón oscuro en los labios con algo de bálsamo y llevo en mano mi cartera de cuero marrón.
Tomo un Driway y en cuanto estoy a punto de tocar la puerta de la mansión, la puerta es abierta antes y soy llevada hacia adentro por mi cuñada. A penas tiene dieciséis años. Y es tan hermosa como su hermano; de cabello castaño, pero largo como el mío, y una silueta con más carne que yo.
-¡Fabiola llegaste! -me saluda la señora Daniela, tan idéntica físicamente a mi novio-. Menos mal, porque Giselle estaba por incendiar la maquina de inflar globos.
-¡Ay, mamá! -se queja la castaña.
-No le pares, Fabiola, sálvanos la celebración -me pide mi suegra, llevándome a la sala en donde hay una mesa con cosas para decorar-. Resulta que mi hijo Diego viene de Madrid ¡finalmente se ha tomado unas vacaciones! Y debe llegar en unas dos horas más o menos. Así que la celebración es para ambos, porque Danilo no sabe que su hermano vendrá.
La responsabilidad cae en mis hombros. Danilo me ha comentado que tiene un hermano, pero jamás lo he conocido. Primero porque la verdad es que muy pocas veces compartimos con su familia, pues Danilo prefiere que viajemos o salgamos a comer fuera. Y segundo, porque el tal Diego es un piloto de avión en su mejor época, así que no tiene tanto tiempo disponible. Aunque sí me parece increíble que en un año y medio de noviazgo con Danilo no le haya visto una mísera fotografía con su hermano.
Rápido con la ayuda de la máquina Giselle infla globos mientras yo los inflo con mi boca; comenzamos a ordenar todo bajo mis indicaciones, apresuradas, pero el timbre suena.
-¡El delivery de los postres! -exclama Giselle corriendo hasta la puerta para abrir, pero pronto hay silencio y luego un grito que se escucha por toda la casa-. ¡Qué emoción! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Diego llegó!
Exhalo el aire de mi boca que iba hasta el globo. Porque de nada sirve que siga intentando decorar. Entonces en vista de que siempre he querido conocer a este sujeto, camino hasta la entrada.
Sonrío ampliamente al poner las manos dentro de mis bolsillos mientras todos se le abalanzan al hombre y lo saludan con lágrimas.
-¿Puedes creer que tuvimos que llamar a tu cuñada para que nos ayudara a decorar? -expresa Daniela-. ¡Teniendo una hermana de dieciséis que quiere ser diseñadora!
-Esta generación de cristal... -dice la voz del hombre, y se me eriza la piel cuando todos se apartan-. No saben hacer nada y todo les parece ofensi...
Se me detiene el corazón cuando sus ojos se enfocan en mí.
-¿Diego? -cuestiono en un hilo de voz, abrumada y sorprendida de verlo después de tanto tiempo.
No puedo creer que el hermano de mi novio y él sean la misma persona.
-¿Disculpa? -Él me mira de abajo arriba. Esa mirada la conozco como la palma de mi mano-. ¿Te conozco? -Sonríe sin problema.
Jadeo por su atrevimiento, y la garganta se me seca como el corazón, lentamente. Porque él no ha cambiado, y yo tampoco. Solo tenemos algunos años más.
-¿Se conocen? -inquiere mi suegro, poniéndose al lado de Diego.
Mi corazón no deja de doler, mucho menos cuando recibo una explicación.
-Diego es mi hijo -dice la señora Daniela mientras lo abraza, pero a este no parece agradarle mucho su toque-. Vivía con su padre pero se vino a vivir conmigo hace años.
Pero las palabras no salen de mi boca por más que intento hacerlo. No dejo de ver los ojos color avellanas del chico que ahora es un increíble y apuesto hombre, que era el amor de mi vida, pero de la noche a la mañana me rompió el corazón y se fue sin darme alguna explicación.
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