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Amara Leclerc, hija del magnate hotelero más importante de su país, ha sido rechazada el día de su boda por su prometido, por el único hombre que ha jurado amar en toda su vida. Aunque ella estaba destrozada, no se dejó vencer por la traición, y fugazmente, consiguió un nuevo esposo con quien celebró su día especial. Sin embargo, en medio de su matrimonio, aunque ella y su esposo planearon conocerse mejor para llevar una sana convivencia, la vida le interpuso obstáculos en su camino que le hará tomar las decisiones más complicadas para su felicidad.
Las campanas repicaban como si celebraran un amor eterno... pero el altar estaba a punto de presenciar la humillación más grande que Amara Vega jamás habría imaginado vivir. Hasta ahora, su vida había sido casi perfecta.
Era la vida que ella alguna vez había soñado y había planeado tener desde que era una niña.
-¡Por favor, Spencer! No hagas esto... no ahora -suplicó, con la voz temblorosa, su vestido blanco ondeando como una bandera de rendición. Sostenía con fuerza la mano de su prometido, que intentaba escapar.
Los murmullos llenaban la iglesia. Nadie comprendía el dolor que ella estaba sintiendo. Damas con sombreros y vestidos caros, hombres de traje italiano, de los más finos que hay, fotógrafos de revistas de sociedad esperando retractar cada momento para tener de que hablar en sus columnas... Todos siendo testigos. Todos esperando la última palabra de Spencer.
Él suspiró con fastidio, como si no estuviera rompiendo el corazón de la mujer que tenía enfrente.
-No puedo, Amara. No quiero esta vida contigo. No es suficiente para mí. Quiero algo... mejor.
-¿Qué... estás diciendo? -sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se negaba a dejarlas caer frente a todos-. ¿Después de todo lo que vivimos?
Spencer no respondió. Se giró y comenzó a caminar hacia la salida. Y entonces Amara lo vio.
A ella.
Alta. Elegante. Vestida con un diseño que parecía estar hecho de perlas. Tenía esa sonrisa afilada como vidrio, y su apellido estaba grabado en los edificios más altos de Nueva York.
La estaba esperando. Y Spencer no dudó. Le ofreció el brazo, ella lo tomó con una sonrisa dibujada de oreja a oreja en su mirada, mirando a Amara con ojos victoriosos, y se marcharon juntos, como si nunca hubiese existido una iglesia repleta de flores y promesas rotas.
El silencio fue total.
Amara acababa de ser humillada frente a toda la alta sociedad. Y ni siquiera hizo falta que el sacerdote dijera la típica frase que generaría el mayor suspenso entre los asistentes y los novios: "quién se oponga a este matrimonio..."
Ya había otra mujer. Ya había una "ganadora".
Pero Amara no gritó. No lloró. No se desplomó, a pesar del golpe tan fuerte que la vida le estaba dando en ese momento.
Se dio la vuelta y caminó con la cabeza en alto hasta las escaleras del templo. Afuera, el sol brillaba con una crueldad hiriente. Y entonces lo vio.
Un hombre. Joven, atractivo, sudado por el ejercicio. Tenía puestos unos auriculares, y la camiseta se le pegaba al torso. Parecía tan en paz... tan lejos del caos de su mundo.
Y fue perfecto.
Amara cruzó la calle con decisión, sin importar los tacones, ni el vestido, ni las miradas. Se plantó frente a él y alzó la mano para detenerlo en medio de su camino.
-¡Tú!
Él frenó en seco, casi se cae al hacerlo, pero logró mantener el equilibrio, se quitó un auricular, y la miró sin entender.
-¿Yo?
-Sí. Tú -Amara respondió con firmeza, disfrazando la desesperación de valentía-. Te vas a casar conmigo. Ahora.
Él parpadeó, confundido. Estaba en shock. Solo había salido a correr, a despejar la mente de sus problemas que parecían mucho más graves de lo que aparentaban ser.
-¿Qué...?
-Mi boda no puede cancelarse por culpa de un maldito traidor. Pero hoy y aquí. Vas a entrar conmigo, te vas a cambiar, y vas a decir "acepto". ¿O tienes algo mejor que hacer?
El chico la miraba con los ojos como platos, jamás se había imaginado que su rutina matutina de hacer ejercicio para aliviar la mente terminaría en una boda, y mucho menos, siendo el protagonista. Entonces la reconoció al fijarse bien de quién se trataba. Era nada más y nada menos que Amara Leclerc. La hija del magnate hotelero. Una mujer que lo tenía todo... y que lo acababa de elegir a él, un completo desconocido para ser su esposo, quién sabe por cuánto tiempo a pesar de ya conocer sus verdaderas intenciones.
-Soy Brandon. Y... solo estaba corriendo, necesito... pensar... -balbuceó, su corazón palpitando como si corriera una maratón.
-Perfecto, Brandon. Desde ahora eres mi esposo. Vamos.
Y antes de que pudiera reaccionar, ella lo tomó del brazo y lo arrastró hacia la iglesia. Su madre, parada en la entrada, respiró aliviada. Aunque también parecía preocupada por lo que diría la prensa... y los invitados.
Los organizadores, como soldados bien entrenados, se pusieron en acción: flores, música, cámaras, dando señales de que todo volvía a la normalidad, y que, finalmente, una boda se celebraría.
Aunque fuera con otro hombre.
Brandon, sudado y confundido, sin saber como reaccionar, caminó por la alfombra roja bajo una lluvia de pétalos... y de preguntas sin respuesta.
Amara no fue abandonada.
Amara decidió que nadie le arruinaría su día.
El padre de Amara llevó a Brandon a una sala privada, donde lo vistieron con uno de los trajes más caros que había usado jamás. Él, que siempre había tenido que contar hasta el último centavo porque las deudas no lo dejaban vivir en paz.
-Lamento que mi hija te haya metido en esto -dijo Arnold Vega, dándole una palmada en el hombro como una pequeña muestra de apoyo al chico que acompañaba a organizarse para su boda-. Pero si haces esto, te aseguro que te irá muy bien. Ella es especial... solo necesita que alguien la salve, por hoy. Buena suerte, hijo. Y ojalá este matrimonio no te traiga más problemas de los que ya seguramente tenías.
Brandon tragó saliva.
Arnold Vega acaba de llamarlo hijo, de darle un consejo el día de su "boda", y Brandon solamente ansiaba que ese matrimonio, no fuera a durar para siempre. Porque aunque él sabía quiénes eran los Vega, de todas maneras, Brandon sabía que debía tener cuidado con ellos, pues tenían reputación de ser muy peligrosos, imponentes, a cualquier traidor podrían arruinarle la vida en par segundos.
Había que ser cuidadoso.
Pero Brandon planeaba seguir adelante con lo que estaba sucediendo.
Si casarse con la hija única de los Vega le daba la opción de una buena vida, sin complicaciones, con mejores oportunidades, ¿Quién era él para negarse a aceptar ser parte de su familia, así no hubiera una chispa de amor entre ellos?
Entonces, Brandon permitió que lo vistieran con el traje, le arreglaron el cabello, le obligaron a cepillarse los dientes, a usar enjuague bocal para dar buena impresión al momento de su beso con Amara, y salió de la sala, buscando ir a ubicarse al altar, no le fue difícil encontrarlo, pero se paralizó de inmediato al ver a los cientos de caras desconocidas que lo observaban con misterioso, deseosos de saber quién era él, y si sería el esposo perfecto para Amara Vega.
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