El bar del hotel, con su luz tenue y el suave murmullo de las conversaciones, ofrecía el santuario perfecto. Se deslizó en un taburete de cuero desocupado en la barra, pidiendo un whisky doble con hielo. El líquido ámbar brilló tentadoramente en el vaso al ser depositado frente a ella.
Mientras daba el primer sorbo, el calor reconfortante se extendió por su garganta, aliviando parte de la tensión. Cerró los ojos por un instante, disfrutando del breve respiro. Cuando los abrió, notó a un hombre apoyado en la barra no muy lejos de ella.
Su presencia irradiaba una tranquila confianza. Vestía un traje oscuro impecable que realzaba la amplitud de sus hombros y la esbeltez de su cintura. Su perfil, iluminado por la suave luz, revelaba una mandíbula firme y una nariz recta. Incluso desde la distancia, Sofía sintió una punzada de curiosidad.
Como si sintiera su mirada, el hombre se giró lentamente. Sus ojos, de un azul profundo e intenso, se encontraron con los de ella. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, una sonrisa que prometía secretos compartidos y una chispa de travesura.
Sofía sintió un vuelco en el estómago. Había algo en su mirada, una mezcla de inteligencia y calidez, que la atraía de manera irresistible. Normalmente, era reservada y desconfiada, pero esa noche, la vulnerabilidad aún persistente por el estrés del trabajo y una reciente decepción personal la habían dejado con las defensas bajas.
Él se acercó a ella con una gracia felina, deteniéndose a una distancia respetuosa. "Parece que ambos necesitábamos un respiro de ese torbellino de ideas," dijo, su voz grave y ligeramente ronca, como si estuviera acostumbrado a dar órdenes pero también a susurrar confidencias.
Sofía se sorprendió al notar que su acento tenía un ligero toque extranjero, que no pudo identificar de inmediato. "Definitivamente," respondió, sintiendo una sonrisa asomar a sus propios labios. "Mi cerebro está a punto de colapsar por la sobrecarga de información."
"El mío también," admitió él, extendiendo una mano. "Soy Alejandro."
"Sofía," respondió ella, estrechando su mano. Sus dedos eran largos y cálidos, y su agarre firme pero no dominante. Una corriente eléctrica pareció recorrerla en el breve contacto.
Durante la siguiente hora, la conversación fluyó con una facilidad sorprendente. Hablaron de todo y de nada: de la conferencia, de sus viajes, de sus gustos y aversiones. Alejandro tenía un ingenio rápido y un sentido del humor seco que hicieron reír a Sofía en varias ocasiones. Ella, a su vez, se sintió cómoda compartiendo con él anécdotas y opiniones, algo que rara vez hacía con desconocidos.
A medida que las copas se vaciaban y la noche avanzaba, la atmósfera entre ellos se volvió más íntima. Las miradas se sostenían por más tiempo, cargadas de una tensión silenciosa. Había una química innegable, una atracción magnética que los mantenía unidos en su pequeño universo dentro del bullicioso bar.
Cuando la última llamada del bar resonó en el aire, Alejandro la miró con una intensidad que le cortó la respiración. "Sofía," dijo, su voz ahora más suave, casi un susurro, "¿te gustaría seguir esta conversación en un lugar más tranquilo?"
La pregunta flotó en el aire, cargada de implicaciones. Sofía dudó por un instante. No era propio de ella ser tan impulsiva, tan... aventurera. Pero había algo en Alejandro, una conexión inexplicable que sentía con él, que la impulsaba a dejar de lado sus reservas.
Con una pequeña sonrisa, asintió. "Me encantaría."
Se levantaron juntos, sus manos rozándose ligeramente. Mientras salían del bar, envueltos en la cálida oscuridad de la noche, Sofía sabía que esa noche fugaz en la conferencia se había convertido en algo mucho más significativo, algo que posiblemente cambiaría el curso de su vida de maneras que aún no podía imaginar.